Al mediodía me armo de valor y me acerco al edificio de Avenida Argentina 31, de reconocido interés patrimonial. Desde ARCA llevamos meses intentando salvarlo, pero hemos chocado contra todas las paredes. Después de un tiempo de suspensión, a primera hora se ha reiniciado la demolición. Cuando lean esto seguramente ya no quedará nada.

"Mañana traen las cigüeñas", me dice un encargado de las obras. Se emplean metáforas casi dolorosas para nombrar las máquinas que acabarán con las fachadas.

Me he acercado a hablar con él para intentar que conservara la placa de metal de la antigua aseguradora de la finca y el rótulo orlado e histórico de la calle.

Su actitud es amable. Yo esperaba que estuviera a la defensiva. Le he dicho que me daba mucha pena que lo destruyeran. Que hubiera sido un excelente hotelito de ciudad, con solera y que lo nuevo que hicieran acabaría con el encanto del conjunto. Él no me dice lo contrario, más bien asiente con un poco de resignación, como la de quien está entre dos fuegos sin comerlo ni beberlo.

"Hemos hecho lo que hemos podido para salvarlo, pero no ha servido", le digo mientras una máquina pequeña arrastra escombros desde uno de los locales a otro. En este último estuvo el bar Itake durante años. Ahí siguen las lámparas que colgaban sobre las mesitas. Se ve un arco grande que más parece impostura que elemento estructural.

"¿La escalera sigue en pie? ¿Harías una foto con mi máquina?" le pregunto al hombre. Desde la calle, a través del portal se ve que el hueco de la escalera es pequeño y la barandilla con su pasamanos sigue intacta. El frontal de los escalones tiene baldosas hidráulicas decoradas. ¡Qué pena me entra! Ya no podemos hacer nada más.

Me despido de los obreros. Antes les he ayudado a levantar las vallas de plástico que una fuerte racha de viento ha tirado al suelo. El corazón me late a toda velocidad. "Nunca más" ronda por mi cabeza. No sé si me guardarán una baldosa decorada que les he pedido. Ni siquiera sé qué sentido tendría. Pero han sido amables y ellos no tienen la culpa.

La culpa la tienen muchas y muchos otros. La ambición y especulación de algunos promotores insensibles; la falta del suficiente respeto hacia el Patrimonio de la inmensa mayoría de la gente que gobierna y que ha gobernado; una ley de alquiler que aún permite unas rentas antiguas que son la gran excusa para que los propietarios eviten los arreglos y que de manera pícara favorezcan la ruina del edificio y por último una falta de responsabilidad general.

La política para mí es el deber de hacer posible aquello que es justo, por muy difícil que sea y por mucho trabajo que suponga. No se está en política para hacer cosas fáciles y continuar con dinámicas enfermizas. Con este edificio ningún político, ni mujer ni hombre, ha dado la talla.

¿Cuántas más pérdidas patrimoniales tendremos? A este paso y con las actitudes demostradas a lo largo de los años, lo podemos perder casi todo. Nuestra economía se va a pique y destrucciones como la del edificio de 1916 esquina Aníbal con Avenida Argentina del barrio de Santa Catalina, quizás son una muestra del porqué nos hundimos.

(*) Membre de la junta directiva de l´Associació per a la Revitalització dels Centres Antics (ARCA)