Además del pesimismo económico, que ya es un franco desespero, tampoco hay razones para que la euforia ante los avances sociales pueda ser sacada a tomar el aire; si se hace, requiere considerables precauciones. Una secuencia de sucesos acaecidos estos días lo corroboran. Veamos: la justicia holandesa ha absuelto al político liberal Geert Wilders de los cargos de incitación al odio y discriminación de los musulmanes por sus ataques al islam. A Wilders, los progresistas, los de lo políticamente correcto, lo tratan de xenófobo de extrema derecha cuando defiende la libertad de expresión. ¿O es que ahora en la Unión Europea la libertad de expresión tiene el límite de no poderse criticar la ideología subyacente en las religiones? Wilders no es un xenófobo, como no lo es el alcalde de Badalona, García Albiol, también demonizado por los fanáticos de lo políticamente correcto, sino un político (por cierto: árbitro del Parlamento holandés e imprescindible para que se sostenga el Gobierno) que afirma que únicamente es "intolerante con los intolerantes", que siempre (es un ejemplo) ha defendido los derechos de los homosexuales. Lo que no acepta Wilders es que los musulmanes inmigrantes lleven a Holanda unas normas sociales que establecen el sometimiento de la mujer al hombre, además de otras restricciones inaceptables. Oponerse a ellos ha conducido a Wilders a sentarse en el banquillo de los acusados.

Si se acepta que los musulmanes puedan importar su código de familia, las tradiciones inherentes a su religión, que, no nos engañemos, es de lo que se trata, nos vamos a topar con lo que Wilders denuncia. Sigo con la secuencia: en Marruecos, el rey concluye la redacción de la nueva Constitución, en la que no existirá la libertad de conciencia, a la que se oponen los islamistas. ¿Qué significa que no hay libertad de conciencia? Algo fundamental: un musulmán no tiene derecho a convertirse al cristianismo, budismo o a lo que le dé la real gana. No puede. Si se nace musulmán, se muere musulmán, En Marruecos y en la casi totalidad de naciones de mayoría musulmana. Lo contrario supone cometer el sacrilegio de la apostasía, que las leyes penales marroquíes castigan y seguirán castigando, al igual que la homosexualidad. El líder de los islamistas ni tan siquiera acepta que los laicos puedan romper el ayuno del ramadán, que, al ser laicos, ciertamente no va con ellos, como no va con un laico español los preceptos de la Iglesia católica. Para nuestro vecino islamista del sur, que puede ser un futuro primer ministro, los homosexuales son unos "desviados sexuales" y los que cometen "estas marranadas deberían esconderse". Alentador. Muy edificante, y aquí jaleando la "democrática" Constitución otorgada por el rey, el "comendador de los creyentes".

Prosigo enunciando la secuencia: en Palma, el otro día, en un centro sanitario, la gente quedó estupefacta cuando una mujer musulmana accedió al recinto para ser atendida vestida con la clásica vestimenta islámica del chador, dejando únicamente visibles los ojos. Ningún responsable la conminó a identificarse. También en Palma empieza a no ser inusual ver a mujeres deambulando con el chador o el burka. Nadie dice nada. Parece que el delegado del Gobierno no pone objeciones. Las feministas, como siempre en estos supuestos, ni están, ni se las espera y tampoco responden al teléfono. Lo suya es otra contienda.

Hay más: dejando el mundo musulmán, para muchos un peligro cierto para la pervivencia de las libertades en Europa, salvo, reitero, para los progresistas de lo políticamente correcto, que ven xenofobia y racismo hasta en sueños, ahora los obispos españoles equiparan el proyecto de Ley de Muerte Digna con la eutanasia. Otra vez los obispos, la Iglesia católica española, intentan detentar el derecho al veto y condicionar al PP, que es invadido por la congoja ante el temor de que el poder eclesial le fulmine con un interdicto. Qué ganas tengo de que en España exista una derecha liberal y laica, como la que en Holanda encarna Wilders, sí Wilders, el político liberal. Cierto que si el PP se pone en posición de firmes cuando es reclamado por los obispos, el PSOE paga religiosamente para no ser molestado más allá de lo soportable.

Vuelvo con García Albiol: el alcalde de Badalona, cuando manifiesta que la inmigración crea problemas y que hay que combatirlos, está diagnosticando una dolencia, no está haciendo racismo. Lo que se le puede demandar a Albiol y a todos los que al igual que él se pronuncian, es coherencia: lo que no se admite de los musulmanes, tampoco se puede aceptar de otros credos, cuando sacan a relucir la intolerancia que les caracteriza. Reitero: tanto en la derecha como en la izquierda faltan Wilders. Sugiero que se lean su programa, lo que defiende, antes de etiquetarlo; otro tanto puede hacerse con García Albiol. Sobre todo para la izquierda le va no acabar por precipitarse en la irrrelevancia.