Cataluña sigue siendo el principal problema que tiene España. Si la actual crisis económica es el telón de fondo de las tensiones autonómicas, Eduardo García de Enterría, en su libro Manuel Azaña, sobre la autonomía política de Cataluña basado en una selección de textos de quien fuera presidente de la República, ha demostrado que la Guerra Civil fue el telón de fondo de las mismas tensiones entre el Gobierno de la II República y Cataluña.

Azaña había fundado el partido Acción Republicana capitaneando un grupo de amigos. Su excepcional calidad intelectual destacó entre toda la clase política, constituyéndose en el protagonista del republicanismo desde el año 1930 hasta su paso por la frontera de Francia en febrero de 1939. Su biógrafo Franc Sedwick llegó a decir que Azaña "fue" la República. García de Enterría destaca la confianza y esperanza que Azaña tenía en la República pero considerando a Cataluña como necesaria, esencial e imprescindible para su objetivo.

Cuando todavía no se podía apostar por la caída de la monarquía, el 27 de marzo 1930 durante una conocida visita de políticos madrileños a Barcelona, tuvo lugar un encuentro con políticos catalanes. Durante la sobremesa Azaña, en calidad de presidente del Ateneo de Madrid, expone sus ideas políticas para buscar apoyos. Azaña declara que viene de lejos su admiración por Cataluña "por su civismo fervoroso y su cohesión nacional" y alaba su irrevocable propósito de alcanzar "la plenitud de la vida colectiva", reconociendo que en su última estancia en Cataluña había apreciado la profundidad del sentimiento nacionalista catalán. Incluso proclama que a su comprensión del catalanismo se había añadido algo más fecundo: "la emoción del catalanismo que apreciaba ya sintiéndolo como propio". Al trabajar nosotros, dice Azaña, apuntalados en vosotros, "trabajamos por la misma libertad nuestra y así obtendremos la libertad de España". Porque muy lejos de ser irreconciliables la libertad de Cataluña y la de España, son la misma cosa. Azaña expresa con vehemencia que los lazos espirituales, históricos y económicos entre los dos pueblos no tendrían que provocar una ruptura. Declara su voluntad de conseguir "una unión libre entre iguales" con el mismo rango dentro del mundo hispánico común. Azaña se adelanta a decir que "sí en algún momento dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera remar sola en su navío, sería justo permitirlo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz y sí esto sucediera os desearíamos buena suerte hasta que cicatrizara la herida". Azaña exclama: "No se dirá que no soy liberal".

Dos años más tarde, entre octubre de 1931 y el agosto de 1932, se produce en el Congreso de Diputados la discusión del Proyecto del Estatuto de Cataluña. Azaña aparece como inspirador y defensor del Estatuto. Sus intervenciones en la Cámara demostraban un conocimiento enciclopédico de la historia que resultaba apabullante para la mayoría de diputados, una capacidad que provocaba el arrastre de voluntades que hacía imposible oponerse al proyecto. Podría asegurarse que también Azaña "fue" la autonomía catalana.

Esta ilusión se tornó decepción con la baladronada de Companys en octubre de 1934 al declarar el Estat català, un cambio que se acentuó en 1936 debido al comportamiento de la Generalitat ante el levantamiento de Franco. En el libro de García de Enterría, la anotación de Azaña del 19 de septiembre de 1937 en el Cuaderno de la pobleta relata el duro encuentro en Valencia con Pi y Suñer, su amigo y ahora conseller de la Generalitat al que conocía cuando era alcalde de Barcelona.

Pi y Suñer presenta sus quejas al presidente de la República por las actuaciones del Gobierno central envueltas en el victimismo al que nos tienen tan acostumbrados los nacionalistas catalanes. El político catalán expone su deseo de coordinar la acción de los dos gobiernos y acusa al Gobierno de la República de una acción sostenida y sistemática de rebajamiento del gobierno autónomo, de dejaciones y de provocaciones, y se pregunta si se pretende llegar a la supresión del Gobierno de la Generalitat alegando que al haber perdido la República territorio ante Franco y haber Cataluña mantenido el suyo íntegramente, el poder de Cataluña debería haber sido aumentado. En cambio, la influencia del Gobierno catalán había disminuido. Azaña contraataca, "estas cuestiones no se miden por metros. Lo que el Estado representa no se estira ni se encoje según los movimientos de las tropas en el suelo". Pi y Suñer le traslada el temor de que las cesiones al Gobierno central lleguen a un final desastroso para Cataluña: la supresión de la autonomía. Azaña pasa al ataque y reprocha duramente a Companys por no haberse privado de ninguna trasgresión ni de ninguna invasión de funciones. "Asaltaron la frontera, las aduanas, el Banco de España, Montjuic, los cuarteles, el parque, la Telefónica, la Campsa, el puerto, las minas de potasa, crearon la consejería de Defensa, se pusieron a dirigir su guerra que fue un modo de impedirla, quisieron conquistar Aragón, decretaron la insensata expedición a Balears para construir la gran Cataluña de Prat de la Riba…". Azaña califica el programa de Companys como el programa ampliado de la revolución del 6 de octubre de 1934, por el que Companys había sido condenado a treinta años de cárcel por el Tribunal de Garantías, el equivalente al actual Tribunal Constitucional. Azaña sabía que muchos catalanistas habían tenido que pasar al exilio con peligro de sus vidas, como Cambó, fundador de la Lliga. "Acaba usted de decirme con ingenuidad que todas aquellas invasiones [de competencias], si la paz se hubiera restablecido pronto habrían sido otros tantos triunfos en sus manos". Azaña prosigue. La Generalitat ha vivido "en franca rebelión e insubordinación y si no ha tomado las armas para hacer la guerra al Estado será o por qué no las tiene o por falta de decisión o por ambas cosas pero no por falta de ganas". Azaña sigue con sus acusaciones: delegaciones de la Generalitat en el extranjero, creación de la moneda catalana, creación del ejército catalán y una referencia al eje Bilbao-Barcelona que en aquel contexto hay que entenderlo no como un Eje contra Franco sino contra el propio Gobierno de la República. Azaña protesta por la expulsión de Barcelona del acorazado inglés ´Nelson´ y lo atribuye a las intenciones de Cataluña de actuar como nación "neutral" en la Guerra Civil. Cataluña habría tratado de llegar a la paz con Franco –circunscrita a los países catalanes– que Gori Mir refirió en su libro Aturar la guerra. Recordando su antiguo apoyo al Estatuto, se lamenta Azaña "que por lo visto es más fácil hacer un Estatuto que arrancar el recelo, la desconfianza y el sentimiento deprimente de un pueblo incomprendido". Un dolido Azaña llega al extremo de apuntar que si al pueblo español se le coloca otra vez en el trance de "optar entre un federación de republicas y un régimen centralista la inmensa mayoría optaría por el segundo". Hasta a eso llegaba Azaña ante la catastrófica realidad tan lejana de la que había previsto en aquella triunfal sobremesa de 1930.

(*) Integrado por: Antonio Alemany Dezcallar, Joan Font Rossello, Rafael Gil Mendoza, Sebastián Jaume, Muñoz-Maldonado, Miguel Nigorra Oliver, Roman Piña Homs y Sebastián Urbina Tortella