Evangelizar es siempre lo mismo: ofrecer la persona y el mensaje de nuestro señor Jesucristo en la palabra de Dios y en la tradición de la Iglesia a través de la historia, además de arriesgar en el hecho entre teológico y pastoral de poner al día esa persona y ese mensaje de forma inteligible para los destinatarios del mismo hoy.

Más todavía, tenemos que encajar, de una vez por todas, los actuales creyentes que hemos recibido este tesoro para comunicarlo a los demás como miembros de un cuerpo histórico que denominamos Iglesia, una, santa, católica y apostólica, más allá de complejos de inferioridad que parecen apabullarnos en este momento. Y que lo hemos recibido para entregarlo como instrumento de plenitud y de salvación para los hombres y mujeres de cada instante histórico. Otra cosa, y no menos relevante, es que llevemos ese tesoro en vasijas de barro, que somos nosotros mismos. Pero ahí está Dios que nos ha regalado tanto el tesoro como las vasijas.

Y mis reflexiones finales son las siguientes:

1. Quien nos ha llamado a esta tarea, nunca nos fallará…, si somos coherentes con la obligación intrínseca a la misma tarea. Por ello mismo, ser inflexibles en el aggiornamento que implica unidad en la pluralidad, vividas práctica y respetuosamente. Vivir en permanente búsqueda de lo mejor de la verdad, del camino más recto y de una vida en creciente ebullición. Jesucristo vino a "traer fuego a la tierra" y está deseando que arda. Que arda el amor solidario.

2. Sin arriesgar desaparece cualquier búsqueda honrada, de tal manera que nuestra única seguridad radica en el riesgo de la búsqueda porque estamos ante la tarea de comunicar nada menos que un misterio siempre escondido en los entresijos de la vida cotidiana. Buscad y hallareis, pero además llamad y se os abrirá. Acción y pasión a partes iguales en la praxis cristiana del siglo XXI.

3. "No temáis a vuestros enemigos", nos ha dicho quien nos ha trasparentado a Dios desde su propia divinidad, realidad innegociable también y sin la que todo se hunde. Entendemos aquí por enemigos el conjunto de aquellas personas que trabajan activamente contra el hecho mismo de la sacralidad de la existencia, de la relevancia de Jesucristo y de las claves fundamentales del sermón del monte y de la cena última. Para nada son enemigos los cansados, los agnósticos y los ateos que conviven entre nosotros y con nosotros. Pero es enemigo todo el que atenta contra el honor de Dios que para nosotros es también el honor del hombre como criatura suya.

4. La fidelidad a la evangelización correcta, respetuosa y ciudadana, como miembros de una sociedad civil democrática a la que pertenecemos, puede complicarnos la vida en esa misma sociedad, cuando la fidelidad a Dios y al César, tantas veces coincidentes en los mismos objetivos de nuestras vidas, entran en conflicto, sin que resulte nada fácil decidir la actitud a adoptar. Se trata de un auténtico aprendizaje que solicita de cada creyente tres cosas: oración, acompañamiento de algún experto y definitivo discernimiento. Las cuestiones serias de la vida en el espíritu no podemos solucionarlas de manera superficial y sin la necesaria colaboración.

5. La fe es imposible vivirla en solitario porque es evidente que, entonces, las modas ambientales podrán con nosotros. En comunidad cotidiana (me es absolutamente igual que la llamemos, de base, de fraternidad, de discernimiento, de plegaria bíblica, repito que me es del todo igual… mientras sea realmente comunidad de fe para la vida), en comunidad cotidiana seremos capaces de llevar adelante la custodia del tesoro recibido y su comunicación exigida. Hemos de acostumbrarnos a charlar en profundidad de aquello que decimos creer.

Desde mi punto de vista, seguramente uno más en la fraternidad eclesial, repito que por lo desarrollado en otros artículos, el único gran problema eclesial del momento camina por evangelizar el don recibido. Porque, insisto una vez más, Jesucristo es positivo, por lo menos, para alcanzar una personalidad y colectividad más libre, más solidaria y, en fin, más justa. Además de erigirse en salvador y liberador para todos aquellos que, en vasijas de barro, gozamos del don de la fe. Si el respeto humano nos paralizara, entonces seríamos los más detestables de los hombres y mujeres. Seriamos in-dignos de ese don.