¿Puede un juez establecer en una sentencia dónde durmió una persona en 1838? No entro en los intríngulis de la disputa sobre la celda de Chopin y George Sand en la Cartuja de Valldemossa, sino en la posibilidad de dirimir unos hechos tan remotos por medio de una resolución judicial. Sí, de acuerdo, tenemos testimonios y relatos, y también tenemos un dibujo pintado por el hijo de George Sand, y se han podido usar los peritajes de los técnicos que han dictaminado que uno de los dos pianos exhibidos es muy posterior a la visita de la pareja Chopin-Sand, pero seguimos hablando de hechos que ocurrieron entre diciembre de 1838 y febrero de 1839, es decir, hace más de 170 años. ¿Es verosímil que una sentencia judicial se pronuncie sobre unos hechos que ocurrieron hace tanto tiempo? Y yendo más allá, ¿es lógico que nos planteemos llevar a los tribunales un asunto que tiene 170 años?

Ya sabemos que hay mucho dinero de por medio, y también disputas familiares –un combinado letal en todas partes, pero que en Mallorca puede alcanzar proporciones apocalípticas–, pero sigo pensando que el asunto de la sentencia de la Cartuja es un poco exagerado, o más bien un poco outré, por decirlo en francés, ya que eso es lo que diría George Sand si hubiera podido conocer los pormenores del caso (y si fuera así, estoy seguro de que habría añadido un epílogo vitriólico a Un invierno en Mallorca, sólo que fechado 170 años más tarde).

He estado varias veces en las dos celdas de la Cartuja, y la verdad es que me da igual saber en cuál de ellas durmió Chopin. Y también me da igual saber si la habitación que ocupó Rilke en el hotel Reina Victoria de Ronda es o no es la que se enseña a los turistas, o si Matisse estuvo realmente –como me dijo un conserje– en la habitación 35 del hotel Villa de France, en Tánger, en la que por cierto llegué a dormir hace ya muchos años (espero que ningún futuro juez, dentro de 170 años, tenga que dictaminar si eso ocurrió de verdad). No creo que una diferencia de unos metros pueda alterar nuestra experiencia de lo que vivimos, y sobre todo, de lo que otros vivieron allí.

Pero lo más importante de la sentencia sobre la celda de Chopin y George Sand es que revela esa obsesión tan actual por aplicar la justicia en situaciones donde es imposible aplicarla con un mínimo de garantías. Por un lado, hay una especie de manía por aplicar una justicia retrospectiva que se remonte más y más hacia el pasado, hasta el punto de que algún día tendremos un juez que dictamine si Caín tuvo un cómplice secreto cuando mató a Abel (no es inverosímil que llame a testificar a un equipo de cazafantasmas). Y por otro lado, vivimos otra obsesión no menos peligrosa por extender el dominio de la justicia al territorio de los sentimientos y de las suposiciones, que siempre son imposibles de verificar, y por tanto se prestan a todo tipo de abusos y engaños. Basta pensar en las denuncias por los supuestos casos de robos de niños que tuvieron lugar en los años 50 y 60, o en el Anteproyecto de Ley de Igualdad de Trato y No Discriminación, según el cual será posible que alguien denuncie a otra persona sólo porque "se sienta" humillado por una conducta que le parezca discriminatoria.

¿No convendría que nos parásemos a pensar un poco? Si un caso ocurrió hace cuarenta años, ¿quién va a testificar? ¿Y con qué pruebas, qué testimonios, qué peritajes? Y si tenemos que enjuiciar un caso de discriminación que se basa en la mera suposición de alguien, ¿no estamos entrando en un terreno imposible de verificar? Además, convendría pensar que la vida es en sí misma discriminatoria, y hace guapos a unos y a otros los hace feos, mientras que a unos los hace listos y a otros los hace tontos. Y precisamente porque la vida es discriminatoria, y se comporta con una injusticia cruel, y porque unos cometen atropellos y otros tienen que sufrirlos, y porque unos ganan y otros pierden, existe la justicia que intenta restablecer un cierto orden moral y reparar las ofensas y equilibrar los daños. Y para que sea efectiva esa modesta justicia que corrige la gran injusticia que es la vida, hace falta que los jueces y los policías trabajen con los mejores medios, y también hace falta que cuenten con unas leyes razonables que les permitan la mayor contundencia contra quienes cometen los delitos. Ésa es la justicia que hace falta, y no la que dictamine en qué celda de la Cartuja durmieron Chopin y George Sand.