Estas líneas hablan del maltrato. Se lo digo a usted nada más empezar porque, en esta ocasión, no me apetece andar con rodeos por cuidar forma o estilo. Y no de cualquier maltrato, sino de ése más miserable si cabe que el físico por solapado, continuo, asumido por los testigos muchas veces sin rubor y que destruye sin dejar marcas ya que apunta más adentro: a la autoestima.

La violencia es siempre obscena y su manifestación más extrema es el cadáver. Aunque sea un cadáver como resultado de enfermedad previa, revelará la violencia final que nos reserva el simple hecho de existir. Pero también se puede morir por dentro tras larga agonía a veces de muchos años, sin cuidador ni compasión ajena y en un silencio que solo quiebra el llanto: subrepticio y a solas para que nadie lo advierta y se lo pueda contar; sin ruido y en cualquier sitio donde el verdugo no esté aunque nadie lo conozca salvo ella, a quien pocos creerán y es que exageras, le dicen. Tú eres demasiado sensible, diagnostican. O no sabes interpretar su actitud. Lo tomas a la tremenda y es que, de ser como dices, ¿por qué no te has separado? Y con ese desamparo y esa miseria sin fin, y el abandono de todos, los versos que la perfilan: "La tristeza / de estar ahí acordándome de algo / que queda ya más lejos que el recuerdo". Porque ni siquiera permanece la memoria de cuándo empezó todo, y del amor primero le borraron las huellas o fue un amor artero que escondía el puñal.

Yo lo supe tras unos años de verlos juntos de vez en cuando. Él, hablador, sobreprotector ante mí, y su mujer callada, asintiendo a veces o, las más, ausente hasta ese día, solos los dos. Algo te sucede que desconozco. ¿Me lo quieres contar? Y fue un romper a llorar sin tregua: tan hondo que tuvimos que esperar un rato sin mediar palabra, su mano en las mías y luego unas primeras frases entrecortadas que se dirían pronunciadas desde el fondo de un pozo: oscuras, veladas, buscando la luz por entre el pánico de que pueda enterarse y no, mejor no decirle nada porque aún sería peor. ¿Familiares míos? ¡Qué va…! Hace años que renunciaron a venir a nuestra casa. ¿Para qué? Él se iba en cuanto llegaban, yo con ese disimulo… Es un sufrir a hurtadillas, al final la mudez y me percato de que esta mujer no sabe lo que es el mobbing, pero sí en qué acaba agachar la cabeza mes tras mes y tras un largo decirse que lo demás es vano. Por eso no hablo –sigue contando-, y es que él me suplanta también en mi voz.

Un hijo pequeño. Es todo cuanto tengo aunque también quiera alejarlo de mí y mira la pocilga de casa que nos tiene tu mamá, que cualquiera diría que ande falta de tiempo por traer dinero a casa. Estoy sin trabajo, sí. Hubo reducción de personal y no he conseguido otro. A veces viene su madre a darle la razón y que hay que ver cómo me lo tienes al pobre: casi en los huesos y a saber tú qué le darás de comer. No hago nada a derechas, estoy hecha un adefesio y sólo puedo desahogarme llorando cuando se van. ¿Y adónde voy a ir? Claro que lo he pensado. Muchas veces. Cada día, pero sin un duro no podría mantener al niño y sin él no valdría la pena seguir entre estas lágrimas que no prueban nada. Bueno, sí: demuestran que mi vida no interesa a nadie. Ni siquiera a mí. Y que estoy deprimida. Me he convencido de ser una inútil. Él se ríe al oírlo y hay que ver el poco espíritu que tienes. Me pedirá hora para el psiquiatra de la Seguridad Social, que ya me lo ha dicho, aunque no creo que lo tuyo tenga arreglo y entonces, si está su madre, ríen los dos y él continúa con la lista de mis privilegios: todo el santo día para hacer lo que me venga en gana, comiendo la sopa boba y hasta una siesta me puedo echar. Y la madre, de visita, menea la cabeza asintiendo mientras le pongo el café.

A tal extremo ha llegado el proceso de aniquilación, que el maltrato se ha convertido para ella en la excusa que encubre su convencimiento de culpa, de ser sus propias carencias las que en gran medida lo justifican, porque la verdad es que no valgo nada: poca cultura, menos que decir y ya quisiera yo ser una madre mejor. Y también una esposa mejor. En esa tesitura, será difícil convencerla para que acuda a un centro donde puedan asesorarla convenientemente y quizá rehacerla porque, de conseguirse, la restituida identidad precisaría de una autonomía que sus circunstancias le vetan. No cree posible abandonar el hogar e iniciar una nueva vida por falta de dinero, el hijo está cada día más apegado a un padre que es quien le costea algún que otro capricho y, sin él, la mujer carecería de razones para seguir.

Ni aliento le queda para analizar sus alternativas. Está hundida y, no obstante, tomar conciencia de la tortura ha de ser su primera brazada hacia la superficie. En busca de aire. Aquel "Escribir es llorar", que apuntaba Larra, se antoja una pobre constatación al compararla con el llanto de esta mujer. En su caso, lo ha sido vivir, y liberarse será también llorar si acaso consigue sacar fuerzas de flaqueza.

Ojalá lo consiga.

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