Está asumido que la sociedad actual se debate en una intensa crisis colectiva, tanto económica como de rearme moral y estructural, que la mantiene, o en ocasiones la adentra con fuerza, en los lindes de la conmoción generalizada. Tales crisis no tienen porqué ser intrínsecamente negativas. Todo depende de la actitud que se adopte ante ellas. La Historia enseña que las grandes evoluciones y progresos, o las aportaciones geniales, han sido fruto muchas veces de procesos de incertidumbre o inquietud. Sin embargo, en la coyuntura de estos albores del siglo XXI no se percibe por ningún lado este interés por sortear con solvencia el desgarro y las tambaleos a las que están sujetas las actuales generaciones.

Estas crisis se manifiestan con síntomas propios según el lugar en el que se desarrollan. Esto significa que en el caso de Balears tiene particularidades bien concretas y diferentes a las de otras latitudes. Sólo por citar lo más evidente, en este archipiélago se necesita una reacción urgente frente al caduco modelo turístico, la estructuración del territorio, el alto incremento poblacional y por supuesto, la elevada corrupción política manifestada de distintas formas. En esta tierra han pasado muchas cosas en los últimos tiempos, pero la mirada superficial de un foráneo podría desembocar en la falsa impresión de que todo es paz y gloria y que los servicios y las previsiones básicas están cubiertas. Ni mucho menos. Lo que acaba de ocurrir con el frustrado intento de renovación de la Platja de Palma es el mejor ejemplo de que las cosas y las instituciones funcionan de forma muy desencajada. Y de que las apariencias engañan.

Existe un enorme vacío en forma de divorcio entre una clase política cada día más encerrada en su propio caparazón y la sociedad en general. Es como si vivieran en mundos diferentes o los problemas de los unos fueran ajenos a los otros.

La cuestión no es menor porque estamos hablando de un elemento básico, fundamental para una democracia sana. Una de las manifestaciones más clamorosas de tal situación está en la inhibición de unas generaciones jóvenes acomodadas en exceso e inamovibles o poco sensibles. Parece como si estuvieran cautivas en una especie de círculos concéntricos.

En el polo opuesto se sitúa el mundo de las personas con criterio y hasta de intelectuales o científicos más amigos de profundizar en el contenido de sus estudios o en los experimentos de sus laboratorios, que en aportar sus conocimientos a una clase media desmotivada. Lo uno no puede ser incompatible con lo otro. Por este camino acabaríamos en una sociedad más estéril y algo dimitida, una ruta que en definitiva iría, en detrimento de todos, hacia un callejón sin salida. Sería como caer en la propia trampa.

Es como si existiera la impresión de que el pensamiento científico y humanístico retrocede ante el reto de entrar en un espacio común de deliberación colectiva o mantuviera la convicción de que hacerlo implica bajar la altura de sus propios ideales. Pero la situación actual es delicada hasta el extremo de poder reclamar la aportación de la gente con criterio. La opinión pública –concepto tan vago como real– anda sobrada de desamparo y en consecuencia necesita percibir el aliento próximo y beneficiarse del enriquecimiento de intelectuales de prestigio y de expertos o técnicos cualificados. En el caso concreto de Balears, es evidente que se necesita un mayor reflejo social de la misma Universitat o de instituciones ancestrales concretas dedicadas a los estudios académicos o a la investigación de las que poco se sabe, más allá del umbral de sus sedes institucionales.

La realidad apremia. Este es el rearme moral que necesita la sociedad balear para dar en la diana de las formas y contenidos plurales acordes con los tiempos actuales. Faltan investigadores, profesores, pensadores y analistas de prestigio y solvencia en las tribunas públicas, para nivelar la aguja de la brújula que debe marcar comportamientos particulares y colectivos de la sociedad. Es urgente que quienes pueden enriquecernos con sus ideas e iniciativas se impliquen en el ámbito de la gestión pública para compensar la avalancha de oportunismo y mediocridad que tanto daño está causando a Balears en un momento crucial de su historia.