Un estudio preelectoral elaborado por el CIS ha venido a confirmar lo que ya nos temíamos: la débil cuerda que sustenta el funambulismo en la política catalana de nuestro tiempo. Resulta que un 65,9 por ciento de los catalanes, es decir dos tercios de la población, no se considera nacionalista, frente al 31,7 por ciento que sí se define de esa manera.

Este mismo sondeo declara que el 43,9 por ciento de los encuestados se siente igual de español que catalán, mientras que un 22,5 por ciento se ve más catalán que español. Un 14,5 por ciento entiende que es únicamente catalán, del mismo modo que un 9,9 por ciento se define como sólo español. El porcentaje más reducido alcanza al 6,7 por ciento que considera la españolidad por encima de la catalanidad. En cuanto a la lengua, en una comunidad bilingüe, como es la catalana, una mayoría, el 55,2 por ciento de las personas consultadas por el CIS ha asegurado que su lengua materna es el castellano frente al 37,5 que mantiene que se trata del catalán.

No parece, por tanto, a la vista de los datos y en vísperas de los comicios del día 28 que exista un trasfondo reivindicativo nacional digno de tener en cuenta en Cataluña y sí, en cambio, que los políticos catalanes han decidido poner el carro por delante de los bueyes y sustraerse de la realidad en beneficio de sus intereses partidistas, todo ello para poder llevar a cabo los fines que se han marcado. O, mismamente, la estrategia que les conviene en cada momento y en cada situación frente a Madrid.

Tampoco es la primera vez que los catalanes dejan en evidencia la insistencia de sus políticos en ir por un camino determinado, que incluye la confrontación con el resto del Estado español. Todos los partidos nacionalistas han hablado de independentismo, incluso hay líderes del PSC que han coqueteado con esa idea, presumiblemente para reforzar su posición dentro del Tripartito, pero, sin embargo, la opción independentista no es una solución para la mayoría de catalanes.

Así se puso de manifiesto en las consultas no vinculantes sobre la independencia de Cataluña, celebradas en cientos de municipios y en las que la participación se situó en torno al 13 por ciento, teniendo en cuenta, además, que la cita con las urnas coincidía con la polémica por el Estatut, precisamente una semana después de que el Tribunal Constitucional lo bloquease por quinta vez consecutiva. De hecho, CIU y Esquerra Republicana convocaron a los ciudadanos para que respondiesen con sus papeletas al agravio que, según ellos, planteaba España, o mejor dicho el resto de España. Evidentemente ganó el sí, porque sólo los independentistas fueron los que se decidieron a depositar sus papeletas en las urnas. Artur Mas, candidato de CIU a presidir la Generalitat, reconocería más tarde que la independencia a corto plazo no es un objetivo para la mayoría del pueblo catalán.

¿Qué es lo que pasa entonces para que los políticos no ejerzan como verdaderos líderes en la búsqueda de las soluciones de los problemas que realmente afectan a Cataluña y hayan elegido, sin embargo, situarse varios pasos por delante de los ciudadanos y por un camino que éstos se resisten a tomar? Albert Boadella, catalán y siempre polémico, no se muerde la lengua. Según él, a la sociedad catalana los políticos le han inoculado durante años el virus de la paranoia. "A los catalanes les ocurre igual como al Quijote. Son sensatos, artistas, moderados y prácticos mientras no le toquen los libros de caballerías, o sea, la etnia. A partir de aquí, empieza el delirio. Estamos en una época delirante. Hacemos todo lo posible para que vuelva el ciclo de la sensatez que tantas cosas buenas ha llevado a Cataluña", ha dicho el fundador de Els Joglars, nacido hace 67 años en Barcelona.

Esta trifulca forzada por los políticos en una comunidad próspera y de gente cabal ni siquiera puede enmarcarse en el tradicional debate que enfrenta a la rauxa (el arrebato) con el seny (la cordura) tan característico y que, en ocasiones, sirve para exponer las contradicciones dentro de la sociedad catalana. Confiar en que algo cambie después de las elecciones del 28 es hacerlo en la sensatez de una clase política que en los últimos años ha vivido más de la ficción que de la realidad tirando de la cuerda hasta donde la convivencia, a veces, se resiste a soportar. De modo innecesario e irresponsable, de acuerdo con las pistas que facilitan las encuestas, las consultas y el sentir mayoritario de un pueblo.