Todo fenómeno tiene una aparición, un impacto y un eco, que puede seguir rebotando un tiempo. Un fenómeno se puede analizar en las tres fases. La derrota de Fernando Alonso produjo una conmoción especial, llegó con la brutalidad del despertar de un sueño. Sin embargo, sus posibilidades de ganar eran, según un experto (y seguidor de Alonso), de sólo el 33%. Por tanto, el fenómeno ya no es la derrota de Alonso, sino la espectacularidad del impacto, y la vibración que aún mantiene en el aire. La gente, según vamos viendo, atribuía a Alonso poderes mágicos, y no hay nada más impactante que un prodigio anunciado que no cuaja: desolación de creyentes y alivio de incrédulos. En cuanto a los ecos, algunos son penosos, como los que miden con arreglo a categorías morales la actitud de vencedores y vencidos, o suben a toda prisa a los altares a Vettel, un buen chico que aún no se lo cree.