Los ciudadanos aciertan cuando deciden su voto, pero fracasan cuando lo explican –algo semejante le ocurre a Zapatero con sus políticas de igualdad–. El votante no piensa, actúa, como muy bien sabe quien haya emitido en alguna ocasión su sufragio en unas elecciones. Esta disparidad reaparece en el estudio del CIS sobre las elecciones catalanas. Al plantear la cuestión más elemental sobre la situación económica, los votantes del PP la consideran "muy mala" en una proporción que dobla a los socialistas. La proporción se invierte entre quienes la califican de "buena", cuatro a uno de los partidarios del PSC frente a los populares. Dado que la percepción más inmediata corresponde a la propia experiencia, Zapatero ha obrado el milagro de beneficiar selectivamente a los buenos que le votan, y de castigar a lo malos que se resisten a apoyarlo. O por lo menos, acentúa el espíritu de sacrificio de sus seguidores.

Según el sondeo, votar a Zapatero es una garantía de recuperación económica personal, por encima de las políticas adoptadas. Por contra, la mano invisible de los mercados condena a quienes no aplauden al presidente del Gobierno, que identifica uno a uno a sus adeptos y detractores. Estas conclusiones absurdas arrancan de la obsesión de los encuestadores por plantear preguntas sin valor estadístico. El comportamiento asimétrico –la crisis dobla su impacto sobre votantes del PP– se reproduce en otras geografías, a diferencia de los datos fiscales esgrimidos por Puigcercós. El resultado contradice a quienes acusan al Gobierno de haber traicionado la política de izquierdas, puesto que en tal caso debieran sentirse más satisfechos los votantes de derechas.

En Cataluña y Euskadi se reproduce el bipartidismo intrínseco español, salvo que CiU y PNV suplantan al PP en el duelo contra los socialistas que gobiernan ambas comunidades por primera vez en la historia, otro de los éxitos que los enemigos de Zapatero se resisten a atribuirle. La mayor plasticidad de los nacionalistas multiplica las posibles alianzas, hasta el punto de que el CIS se siente obligado a plantear a los encuestados si dudan entre Ciutadans y Convergència, o entre los populares y la izquierda verde. Las inminentes elecciones catalanas se ven animadas por la constatación de que hasta los partidos más minúsculos pueden resultar decisivos para gobernar, y de que el tercero puede obtener mayor recompensa que el segundo en el recuento.

En el caleidoscopio de los pactos, el sondeo del CIS también demuestra que PP y ERC son intercambiables como socios de Artur Mas, en una previsible victoria de CiU sin mayoría absoluta. Cabe recordar que los populares montaron manifestaciones y boicots en Madrid contra Cataluña, y que Rajoy centraba en Serrat la figura del artista rico español. La sorpresa se amortigua al recordar que la derecha estatal y la izquierda independentista coincidieron en su voto al Estatut. De hecho, el diez por ciento de los votantes de cada uno de ellos esgrimen el autogobierno como el principal problema catalán, se supone que por motivos opuestos.

Se ha desatado una extraña competición entre PP y ERC, para ser el novio elegido por CiU. Cada uno de los pretendientes alega que puede deslizar a Artur Mas hacia la posición correcta, la integridad estatal o la independencia de Cataluña según los casos. En el apunte numérico del CIS, uno de cada tres votantes populares piensa que el partido convergente es quien "mejor defiende los intereses de Cataluña", y la mitad de ellos barajan votarle directamente. Este afecto no se ve reciprocado, y los seguidores de CiU guardan una pésima impresión del PP, que les despierta mayor hostilidad que Ciutadans.

ERC dispara la puja por la mano del presunto ganador. Dos de cada cinco votantes de Esquerra piensan que CiU "está más capacitado para gobernar Cataluña". Asombrosamente, solo uno de cada cinco atribuyen esa capacidad de gobierno a su propio partido. El sondeo registra pues un bandazo del vértice independentista del tripartito hacia la rendición incondicional. Si los votantes catalanes leyeran con atención el estudio del CIS, tenderían a declarar vencedor por aclamación a Artur Mas. Sin embargo, los electores se caracterizan por su sano empeño en dificultar el ejercicio del poder a sus gobernantes.