Fue a su cuenta y riesgo: el alcalde de Madrid, poco acostumbrado a dar explicaciones, decidió endeudar seriamente a la ciudad por más de una generación para acometer una obra "faraónica" –el tópico es en este caso muy expresivo-, el soterramiento de una vía de circunvalación, de dudoso sentido técnico y de nula rentabilidad social, por puro lucimiento, sabiendo que si cambiaba la coyuntura la situación de la ciudad y la suya propia quedarían altamente comprometidas. La coyuntura ha cambiado, y cuando la crisis obliga a todos –administración central, comunidades autónomas y ayuntamientos– a una gran austeridad, Gallardón se lamenta de que no se le permita seguir endeudándose. Como a todos los demás alcaldes del reino, de todos los partidos, cuya deuda rebase el 75% de los ingresos anuales corrientes (la de Madrid representa el 159%).

Gallardón se jugó su crédito y ha perdido el envite. En estos casos, los estadistas se van a casa. Los simples políticos intentan desviar la atención mediante marrullerías.