La sociedad actual se ha vuelto tan plural, compleja y hasta desestructurada, que presenta comportamientos y carencias insospechadas muy pocos años atrás. Por eso también requiere soportes y regulaciones nuevas, casi de urgencia, que, por imprevistas, irrumpen en la estructura social a modo de parche momentáneo en busca de una mayor solidez que no se sabe muy bien dónde está y cómo debe cimentarse. En el campo de la Educación se notan particularmente estos fenómenos. No en vano es uno de los ámbitos más sensibles y uno de los espejos –de esos que nunca mienten– de las realidades o de la salud y las dolencias colectivas. La verdad es que cuanto se refleja ahora en él, no invita precisamente a dar saltos de alegría. Más bien apremia a reforzar los soportes de este espejo social de la Educación.

El asunto va ya un poco más lejos de la disciplina y las reglas de comportamiento en las aulas, acorde con los tiempos actuales. Se ha sobrepasado el listón. Hay datos reveladores que llaman a la inquietud y que certifican como hoy el ejercicio de la docencia no puede ceñirse sólo a la transmisión de conocimientos o a la evaluación de éstos. Necesita otros soportes como el de la misma Policía. Tan extraño como real. Hasta 33 municipios de Balears disponen ya de policías tutores en los institutos y se ven obligados a destinar a esta faceta un conjunto de 534 agentes. Esto el curso pasado porque, a la vista del trabajo que despliegan, todo indica que tales plantillas irán creciendo. No son, ni mucho menos, personas vestidas con uniformes decorativos o montando guardia de honor. El año pasado, la Policía tuvo que intervenir hasta en 26 peleas entre profesores y alumnos. El absentismo escolar ha llegado a convertirse en una gran plaga porque de las 3.341 actuaciones realizadas por estos agentes tutores, el 27% tiene algo que ver con la ausencia momentánea o el abandono crónico de las aulas. Y aún más, el 36% de las actuaciones policiales obligaron a requerir los servicios de la Fiscalía de Menores o de algún departamento de los servicios sociales de Protección al Menor.

Los datos son tan elocuentes que no ofrecen lugar a confusión ni admiten pasividad. Con las denuncias a menores se acaba denunciando a una sociedad tan cambiada, tan trastocada, que ya es incapaz de reconocerse a sí misma. Por eso mismo, la cuestión no puede ceñirse sólo al ámbito de las aulas o del patio escolar. Cualquier intervención será en vano mientras no sea capaz de concienciar y motivar a todo el entramado social. No es un problema de la escuela. Es un problema de la sociedad que muestra una de sus lesiones más graves entre los pupitres.

No se trata ya de reiterar que se ha perdido el respeto y no digamos la veneración por los docentes. Resulta que una parte del conjunto del entramado social ha renunciado, supongamos que de manera inconsciente, a una escuela imprescindible para estructurar el futuro con garantías.