Los peores augurios se han confirmado. El Consorcio de la Platja de Palma decidió ayer la suspensión de la tramitación urbanística de la Reconversión Integral de esta zona del litoral de los municipios de Llucmajor y Palma. No se trata ya de que todo quede aparcado, por mucho que se quiera aparentar lo contrario, sino que la medida implica también el levantamiento de la congelación de licencias de obras. Con el frenazo de la reconversión, la Platja, antes que despejar y afrontar su futuro, incide en sus propios males y estabiliza como crónica su indignidad urbanística y de oxigenación paisajística y urbana. Lo que se ha despejado en realidad, es el camino de la competencia para mercados turísticos de mayor agresividad, mejor programados o más organizados. Resultaba casi patético ayer contemplar a la consellera de Turismo y portavoz del Govern, asistida por la gerente del Consorcio, Margarita Nájera, buscando argumentos para justificar la medida adoptada. Negaron el retroceso y se ampararon en la perspectiva, cada día más dudosa, de un mayor consenso y en la revisión de una gran cantidad de alegaciones que por otra parte también resultaba altamente previsible y que en consecuencia, debían tener los canales abiertos para darles respuesta adecuada. Los responsables del Consorcio insisten ahora en que no todo queda parado porque van a ejecutarse programas y actuaciones menores. Es la forma casi desesperada de adoptar justificaciones para aplacar la mala conciencia de quienes saben que no han podido o no han sabido desarrollar la misión que tenían encomendadas. Con la tramitación urbanística parada y las licencias de obras particulares –en los hoteles– activadas, todo lo demás queda en pura anécdota que a lo sumo adquiere la categoría de maquillaje.

En la Platja de Palma ha ocurrido, ni más ni menos, que las instituciones y los políticos que las regentan no han sabido estar a la altura de la misión que tenían encomendada y han sucumbido víctimas del pánico electoral. La excusa de la búsqueda de un mayor consenso y del exceso de alegaciones se vuelve muy voluble desde el momento en que la reconversión estaba aprobada por unanimidad por el Parlament y hasta los portavoces vecinales, aparte de discutir formas y actuaciones puntuales, admiten sin paliativos que resulta conveniente aliviar a la Platja de Palma de los castigos sufridos hasta ahora y reciclarla para tiempos y necesidades inmediatas antes que futuras.

En cambio, mientras asistimos a disfunciones entre portavoces institucionales y sus equivalentes políticos, todo queda en el aire porque, no nos engañemos, la medida adoptada ayer no hace otra cosa que incidir en la desconfianza y en la incertidumbre. La redacción de un nuevo plan puede ir para largo, entre otras cosas porque sus responsables parecen haber renunciado a la premisa de que gobernar es decidir y ejecutar. Objetivamente resulta difícil hallar soporte para el frenazo a pesar de las dificultades de un plan complejo pero vivo por necesidad.