La prestigiosa Fundación de Estudios de Economía Aplicada, Fedea, que agrupa a numerosos economistas relevantes y mantiene una opinión activa e independiente que orienta y estimula a la sociedad de este país, acaba de cumplir 25 años y para conmemorar este aniversario ha invitado a España a Eric Maskin, Premio Nobel de Economía 2007, matemático, profesor de Ciencias Sociales en Princeton. Pues bien: este personaje, adornado con el más alto galardón de la comunidad científica a un experto en Economía, acaba de arrojar un jarro de agua helada sobre la atribulada opinión pública de este país, que está capeando la gran borrasca del ajuste económico con la angustia de quien se sacrifica resignadamente porque cree que no hay otra opción alternativa para salir del pozo en que nos han sumido la recesión global y el estallido de nuestra particular burbuja inmobiliaria.

Maskin, entrevistado por un periodista de "El País", aplaude sin ambages la gigantesca inyección de liquidez que ha efectuado la Reserva Federal de los Estados Unidos y que ha tenido como efecto directo una devaluación del dólar. Su principal argumento, el de que no resultaba sostenible el sistemático déficit comercial norteamericano frete a China, que mantiene su divisa artificialmente depreciada, es impecable.

Sin embargo, preguntado sobre si Europa se ha precipitado al retirar estímulos fiscales, su respuesta produce escalofríos: "Sí. Quizás Alemania no se deba preocupar mucho, crece a buen ritmo. Pero España ha aprobado drásticos recortes que tendrán un profundo efecto en el empleo público. Y esto derivará en un crecimiento menor, con un importante efecto en los ciudadanos. Me apena, la teoría económica nos da la vía para minimizar el sufrimiento de las personas en momentos de crisis y España hace exactamente lo contrario".

No es difícil entender que el lector de afirmaciones tan frívolas como obvias se sienta perplejo y experimente un punto de irritación. Que a estas alturas de la tragedia española, que ha producido ya más de cuatro millones de parados y que ha supuesto la interrupción súbita y decepcionante de nuestro admirable proceso de crecimiento ininterrumpido en las últimas décadas, venga un experto de allende los mares, adornado además con el Nobel de Economía, a llamarnos imbéciles a la cara, es difícil de soportar.

Aquí también hemos leído a Keynes –incluso algunos que ni siquiera somos economistas- y pese a ello sufrimos recelosa pero resignadamente que Bruselas –ese eufemismo que resume nuestra adhesión a la Unión Europea-, sometida esta vez a la hegemonía ideológica y económica de Alemania, nos haya impuesto a todos los socios una terapia atroz y dolorosa que debemos aceptar si queremos mantenernos en la senda integrada de la construcción continental. Y si ésta es la realidad, ¿qué necesidad tenemos de soportar que conspicuos especialistas nos expliquen que esa política resignada de estabilidad presupuestaria nos condena por un tiempo a no crecer y a acumular más paro?

Por supuesto, Fedea puede invitar a quién desee a sus conmemoraciones, pero cuando traiga a sujetos como Maskin debería mantenerlos bajo siete llaves y lejos de la prensa, no sea que los ciudadanos pensemos que hicimos mal absolviendo demasiado pronto a los economistas de su responsabilidad en esta crisis.