Entre el grupo de personas que a las 9 de la mañana hace Tai-Chi en un parque, junto a la avenida, y la bandada de estorninos que abanica con arte el aire sobre mi cabeza, hay diferencias aparentes, pero en el fondo están en lo mismo, sólo que unos lo hacen y otros lo intentan. Aunque la rutina les quite el jugo, dejándolos tan planos y secos como una flor en un libro, cada uno de los días es como una vida completa, y para iniciarla conviene desarrollar unos ejercicios de desentumecimiento, equilibrio, coordinación y ética de grupo. Es verdad que al lado de los estorninos los practicantes de Tai-Chi son una especie de ángeles caídos, lentos, torpes y carentes de reflejos, que a duras penas logran armar algunas sintonías y acordes, pero unos y otros saben que en la noche hay algo de disolución y olvido, la conciencia vaga a su aire, y al empezar el día hay que ponerla a hacer el número.