La reforma de la Platja de Palma está en la cuerda floja. A punto de romperse, si atendemos a las informaciones de los últimos días. La situación se ha vuelto tan endeble y frágil que está previsto que la junta rectora del Consorcio se reúna mañana lunes para determinar el futuro de la reconversión de la zona turística.

Se ha llegado a este callejón de compleja salida después de todo un cúmulo de vicisitudes y bastantes despropósitos que han ido desde la falta de soltura para explicar el contenido de la magna iniciativa, al desencuentro con los vecinos y los hoteleros o los titubeos de contenido político incrementados por la inminencia de las elecciones autonómicas. Todo ello ha generado numerosas tensiones a distintas bandas, incluidas las poco reconocidas entre la comisaria Margarita Nájera y el Govern que la nombró.

Mañana sabremos si se emprende algún tipo de modificación en relación a los planes iniciales de reestructurar la Platja de Palma o, simplemente, se decide aparcar el proyecto a la espera de tiempos mejores y tensiones menores.

Pero, mientras la indefinición política estrangula iniciativas que en principio se habían revestido –ahora se comprueba que fue en vano– de consenso y hasta anagrama institucional, la pura verdad es que la Platja de Palma no puede esperar. Cada día que pasa se constata más su degradación y por tanto su imprescindible reciclaje. También, a medida que se van superando temporadas turísticas, se comprueba que la competencia va pisando los talones con mayor fuerza y por tanto se pierde atractivo y potencial de introducción en nuevos mercados o de conservación de los actuales. Independientemente de su contenido último, cualquier paso atrás sobre las intenciones iniciales de transformar la Platja de Palma, para dejarla acorde con las necesidades y las exigencias de residencia y mercado turístico, sería incomprensible, aparte de incompetente y de significar la pérdida de una oportunidad que, con toda probabilidad, no volverá a producirse.

Lo hemos reivindicado otras veces. La reforma de la Platja de Palma necesita altura de miras y grandes dosis de capacidad de consenso. Y quienes tienen en sus manos el despliegue y el desarrollo del proyecto están obligados a hacer gala de lo uno y lo otro. La proximidad de la contienda electoral, por muy reñida que se presuma, no es argumento de peso para parones o retrocesos, sobre todo si se tiene en cuenta que la iniciativa dispone del refrendo unánime del Parlament.

También sorprende este escaso entusiasmo, cuando no oposición frontal, de los hoteleros para participar en una reconversión que no puede excluirles, que les afecta de lleno y de la que, por lo menos en lo económico, acabarán siendo los principales beneficiarios.

No se puede olvidar que la trasformación de la primera línea de la costa de Llucmajor y Palma fue presentada en su día como el modelo a seguir para la adaptación de las grandes zonas turísticas españoles. Volverse atrás o rebajar la iniciativa a una mera operación estética transmitiría una pésima impresión en este sentido. Los mismos urbanistas han advertido de que la cirugía en la Platja de Palma es integral o la reconversión no será tal. Tampoco se puede obviar que se dispone de una financiación, cifrada en 127 millones de euros, que en ningún caso admite desprecio.

Existen, por tanto, muchos motivos para sostener que la reforma de la Platja de Palma es obligada y urgente. La portavoz del Govern y consellera de Turismo, Joana Barceló, hablaba el viernes de cambios en el plan urbanístico con voluntad de consenso. El consenso será en todo caso irrenunciable pero falta calibrar el contenido real de la "aprobación modulada" de los proyectos urbanísticos que la plataforma vecinal entiende que deben ser nuevos. En cualquier supuesto, la brújula debe estar orientada siempre hacia la adaptación de la Platja a los tiempos y las necesidades actuales.