Todos somos conscientes de que nos aguarda un largo trecho de zozobra, malestar y escasez hasta que, avanzado el ajuste económico, este país remonte el vuelo tras la profunda recesión. Las expectativas a corto plazo son sombrías, y hemos de disponernos a sobrellevar la travesía del desierto con resignación, cuidando –eso sí- de que los más desfavorecidos por la coyuntura no desciendan hasta la indigencia.

No sería, sin embargo, razonable que nos limitásemos a asistir a esa larga espera resignadamente y sin reaccionar. Porque el hecho de que no haya por el momento nuevos recursos para invertir no significa que el sistema no tenga tareas pendientes, algunas inaplazables, si queremos que la recuperación global nos alcance y nos arrastre.

En realidad, deberíamos llenar esta larga espera de debates creativos entre propuestas de futuro. Tenemos que idear nuevas actividades, que incrementar la productividad, que desarrollar la creatividad y la inteligencia, que mejorar el capital humano, que eliminar rigideces que embarullan la convivencia… Tenemos, en fin, que redimirnos mientras esperamos con ilusión salir de nuestro propio pozo.