Hace ya muchos años que los estudiosos del comportamiento de los animales, descubrieron el "Orden del picoteo" algo que se observa muy bien en los gallineros. Siempre hay un número uno, que suele ser el gallo más agresivo y que picotea a todos, sigue un número dos, que picotea a todos menos al uno… hasta llegar al último, que es picoteado por todos y no puede picotear a nadie. Todos conocen muy bien su lugar, lo que mantiene el orden dentro del grupo y determina privilegios para acceder a la comida o a otras ventajas. Si un individuo determinado intenta saltarse el orden, es picoteado ferozmente hasta que se vuelve a poner en su lugar.

Por supuesto, el orden no es eterno; de vez en cuando hay revoluciones. Si el número uno se vuelve viejo, algún inferior se subleva e intenta picotearlo. Si este gana, el escalafón se modifica y durante un tiempo todos los lugares se mueven, porque el nuevo número uno concede beneficios, por ejemplo a alguna gallina que estaba más abajo y ahora asciende. Tras un período de inestabilidad, se restablece un nuevo orden.

Todo esto me viene a la cabeza viendo "el gallinero" que se monta en los partidos políticos cuando por cualquier razón quedan descabezados. En este momento, uno de los grandes tiene al número uno muy cerca de la cárcel; ha pasado a ser "el último mono" del gallinero, quiero decir, del partido. Como si estuviera apestado, recibe picotazos de todos aquellos a quienes hasta ahora él picoteaba sin compasión.

Pero la conmoción no sólo ha destronado al número uno. Cada uno de los que tienen aspiraciones se dedican a picotear al nuevo jefe y a sus camaradas para conseguir ascender, o al menos, no descender. Luchan fieramente, necesitan comprobar la fortaleza del nuevo jefe y acechan la primera muestra de debilidad, dispuestos a caer sobre él, como buitres. Es una guerra inmisericorde que deja muy claro que los verdaderos enemigos de un político no son los del partido al que se opone, sino los "camaradas". Alguien lo dijo muy claramente: "los del otro partido son adversarios; los verdaderos enemigos están en el mío".

Es triste. Nos gusta creer que la especie humana ocupa el lugar más alto de toda la creación, pero nos comportamos igual que las gallinas.

Todo esto es la consecuencia inevitable de la estructura de los partidos en los cuales el número uno nunca es el mejor, ni el más capacitado. Es el más malo, el que da las cuchilladas más fuertes a sus camaradas, el que consigue vencer con todo tipo de traiciones, movimientos secretos y alianzas calculadas.

Lo terrible es que, si esto es lo que ocurre en el partido, si el que gana es el más astuto, el más cruel y el más despiadado, no nos puede extrañar que este gallo (esta persona) se comporte igual con los ciudadanos. Tras la máscara de interés en el bienestar común, hay un despiadado y gigantesco amor propio. No importan nada la formación, ni las ideologías, ni el interés del pueblo; solo importa estar en un buen lugar en las listas, un lugar que hay que ganar a codazos y zancadillas. Nadie se puede extrañar de que la palabra "político" hoy sea casi un insulto. Todos comprenden que es una persona sin escrúpulos, sólo preocupada por ascender dentro del partido.

Pero me he equivocado. No es cosa de "amor propio". No. Acabo de conocer lo que cobra un mandamás uno de los grandes partidos (ojo: he dicho lo que cobra, no lo que gana). No luchan por amor propio. Luchan por amor al dinero, la más potente de las motivaciones. Dinero; no importa si es limpio o turbio.

Naturalmente, mucha culpa –quizás toda- está en la lamentable ley electoral que favorece mucho más la falta de escrúpulos en quienes obtienen beneficios de ella que la inteligencia y la capacidad.

Ahora, justamente, la ley se ha modificado, dificultando el transfuguismo. La excusa es que los tránsfugas casi nunca han usado su conciencia para cambiar de bando; lo han hecho simplemente sobornados de una forma u otra. Pero la nueva ley impide, aún más que antes, la libre conciencia de nuestros representantes.

Los políticos de los dos grandes partidos han perdido una oportunidad de resolver muchos problemas, pero no quisieron. Era se esperar. ¡Con las cuchilladas que han dado y han recibido para tener un buen lugar en el partido, no iban a permitir que una ley los dejara al nivel que merecen!