Cuando el barrio de Santa Catalina aún no estaba tan de moda, abrió en la calle San Magín un local de primera que ahora cumple cinco años. Me refiero a la Casa Vasca: uno de esos refugios donde la alta calidad de la cocina se da la mano con el trato muy agradable de sus hacedores. Ya nadie lo duda. El dúo formado por el asturiano Jorge y el vasco Jon es uno de esos raros hallazgos que nos depara de tarde en tarde la gastronomía nacional. Son tipos curtidos, grandes profesionales, con mucho encanto, cada cual en su estilo. Por eso no es extraño que la Casa Vasca sea una taberna pequeña, acogedora, muy familiar. Si usted tuviera que montar un restaurante con sus amigos, probablemente lo haría así. Y si ha de celebrar algo con ellos –el extraño hecho de estar vivos, por ejemplo– ya puede ir reservando una mesa. Porque finalmente la Casa Vasca se ha puesto de moda. Entre sus reclamos más irresistibles ofrece un plato al mediodía que cambia a diario: patatas a la riojana, fabes con almejas, lentejas, porrusalda con chistorra, rabo de buey, fabada, marmitako, etc. También podemos disfrutar con el pescado fresco y sus pequeñas delicias: las kokotchas valen un imperio, por ejemplo, o los calamares de potera. Según los expertos, además, su chuletón de buey es celestial. Lo suscribo: no hay otro comparable en la isla. Eso por no hablar de los postres caseros. La tarta de queso provoca la levitación.

Pero a la Casa Vasca hay que ir con las ideas un poco claritas. Aunque cuenta con una oferta de pinchos muy estimable, no debemos ir con quince colegas de pinchos, así por la cara, en plan la invasión de los ultracuerpos porque entonces se mata la poesía del lugar. Para tirarse el rollo de que nos vamos de tapeo en plan Euskadi, bandeja tras bandeja, ya tenemos locales concebidos como franquicias –como Lizarrán, por ejemplo–, donde los guiris y los españoles ansiosos encontrarán mejor lo que buscan. Tampoco se puede ir de copas a la Casa Vasca a la hora de cenar, porque lo único que se consigue es bloquear una barra que se merece todo aquel que haya entendido la verdadera filosofía del negocio. Otra cosa es que, después de la cena, uno consiga que Jon le prepare un gin tónic, porque sus gin tónics son con mucha diferencia los mejores de la ciudad. Y su colección de ginebras también. Con saber que tienen la gin "509", que es mi favorita, ya está dicho todo. Pero, insisto, la Casa Vasca no es una discoteca ni una factoría de pimientos rellenos. Como su nombre indica es un rincón delicioso para comer. Pero si el dream team que lo ha hecho posible, pone la calidad, la simpatía, el buen hacer, las ganas y la paciencia no es para que ni yo ni usted ni nadie nos confundamos de película. La Casa Vasca es otra cosa, queridos. Un santuario. A ver si nos enteramos de una vez.