El periodismo consiste en averiguar qué aspectos deben figurar en el primer párrafo de la biografía de una persona. ¿Hay que nombrar a Lewinsky en las líneas iniciales de un perfil de Bill Clinton?, ¿procede mencionar el Gal al comienzo de un retrato de Felipe González? Desde que evacuó el poder, los valedores del ex presidente –no viejo, a su edad De Gaulle todavía no había llegado a presidir Francia– han negado la prioridad de esa identificación. Sin embargo, el propio líder socialista reabre voluntariamente el debate sobre la guerra sucia, al confesar su evaluación de la posibilidad de volar a la cúpula etarra reunida en Francia. La declaración a El País equivale a que Bill Clinton confesara emocionado que "yo estaba sinceramente enamorado de Monica".

La descripción de la operación bordea el ridículo o, como mínimo, se aproxima a un guión de Rambo. Pese a la acreditada elocuencia de González, describe la voladura sin la minuciosidad de Le Carré. En su versión, detener a los congregados era inviable, pero se podía provocar una matanza sin consecuencias en suelo francés. Si se toma como guía el currículum de los Gal, lo más probable es que ni siquiera se tratara de los jerarcas de ETA, o que la localización de la cumbre terrorista fuera errónea, o que los explosivos no hubieran funcionado. El ex presidente recuerda a un mariscal de la Unión Soviética que se jactara de que tuvo en su mano el lanzamiento de misiles nucleares sobre Nueva York y Los Angeles.

Al margen de la débil argumentación, inaceptable en un estadista, la confesión de González empeora en la faceta moral, puesto que se plantea "cuántos asesinatos de personas inocentes podrían haberse ahorrado". El ex presidente se coloca al borde de Minority report, el relato de Philip K. Dick –después película de Spielberg con Tom Cruise– donde se intercepta a los criminales antes de que perpetren sus acciones. En otro dilema clásico, ¿estaría justificado que un viajero en el tiempo asesinara al joven Hitler, antes de que ascendiera al poder? Sorprende que un socialista participe, aunque sea mentalmente, de la guerra preventiva de Bush, prolongada hoy por los aviones no tripulados o drones que Obama lanza contra presuntos líderes de Al Qaeda. En todo caso, la actitud bélica contrasta con la personalidad de un González que cautivó a los españoles cuando declaraba que "no brindé tras la desaparición de Franco, yo no brindo por la muerte de ningún español".

La disyuntiva sobre el asesinato preventivo de etarras cursa con una diferencia sustancial respecto a las hazañas bélicas norteamericanas. Los miembros de ETA son españoles, una constatación que duele por razones opuestas a ambas partes, de ahí que tiendan a omitirla. Ni Bush ni Obama han matado conscientemente a ciudadanos norteamericanos –encrucijada que emerge ahora con el clérigo yemeníestadounidense Awlaki–, pese a que Washington ha descubierto en los atentados recientes que su país alberga a ciudadanos más peligrosos que Afganistán.

González no descartó de inmediato un plan rocambolesco para volar a ETA, sino que lo sopesó cuidadosamente. Al margen del contenido, González ha escogido el peor momento para formular su bravata. Además de suministrar munición al PP para cargar contra el PSOE y desempolvar la primera etapa de Rubalcaba, también proporciona argumentos a Batasuna sobre los crímenes de Estado. ¿Por qué lo ha hecho? La psicología se impone probablemente a la política. El ex presidente –no se le llama aquí viejo, tiene un año menos que Reagan cuando accedió a la Casa Blanca– reclama el protagonismo en los estertores del terrorismo etarra. Y sobre todo, reivindica su superioridad sobre Zapatero, se resiste a cederle los honores de una presunta extinción de la banda.

En los tiempos a que ha devuelto González la actualidad española, ETA asesinaba con frecuencia semanal. Sin embargo, el ex presidente –no viejo, tiene un año menos que John McCain cuando se midió a Obama– no utiliza en ninguna ocasión el dato del agobio terrorista, que podría amortiguar el efecto cataclísmico de su hipótesis de la voladura. En las réplicas del seísmo, los condenados Vera y Barrionuevo han mostrado mayor sensatez que su jefe de filas, al abordar los acontecimientos trágicos que figuran en todos los párrafos de sus carreras.