Llego a la habitación de un hotel de nivel medio que tiene todo lo que se le supone: la cama, desde luego, las mesillas de noche, una mesa, una tele, y hasta una butaca en la que descansar o leer. No hay en ella, digamos, nada raro, distinto a aquellas otras habitaciones en las que he pasado tantas noches. Sin embargo, me dan ganas de dar la vuelta y salir corriendo. No lo hago. Coloco disciplinadamente la maleta sobre el mueblo destinado a ello y la abro para que respire, pero lo dejo todo dentro, como con miedo a que la ropa se contamine de la atmósfera reinante. De todos modos, me acerco al armario, corro la puerta y lo huelo conteniendo el ataque de angustia que se anuncia desde el estómago. Un armario vacío, con perchas tristes, tristísimas, perchas como costillas sin carne. Hay en la parte de debajo de este vacío de madera una caja fuerte de hierro con la puerta abierta. Me acerco a la ventana, descorro las cortinas, y miro afuera. Aunque la habitación no da a un parking (lugar triste donde los haya), se observa un paisaje ciudadano que conduce también a la desolación. Como ha comenzado a anochecer, acciono todos los interruptores, todos, provocando una sensación contradictoria, pues cuantas más luces se encienden más oscura está la habitación. Los vatios se restan en vez de sumarse.

Te dices: "Total, por una noche…", que viene a ser como decir en la ruleta rusa: "Total, por una bala…". Esa bala te puede matar. Esa habitación puede permanecer en la memoria el resto de tu vida. No hay nada peor que abandonar una habitación de hotel llevándosela dentro. Pero la cuestión es ésta: ¿Por qué este cuarto, siendo idéntico a tantos otros por los que he pasado, me provoca esta tristeza infinita? ¿Por qué este cuarto de baño, que posee una disposición habitual, da miedo? ¿Es distinto el bidé, la ducha, el retrete, el secador del pelo? Pues la verdad, no. Lo que le ocurre a esta habitación, en fin, es que carece de alma. De hecho, si me miro en el espejo, me devuelve el rostro de un individuo también desalmado porque se trata de un espejo afligido, enlutado, incapaz de reflejar otra cosa que no sea el dolor. ¿Cómo se le insufla el alma a la habitación de un hotel? Ni idea. Bastante tiene el viajero con que no le arrebate la propia.