El concepto puede parecer paradójico y, de hecho, también vale el inverso: capitalismo comunista. Ahora mismo les traigo la carta y ustedes eligen. Hace ya tiempo que las paradojas y las contradicciones terminológicas no nos afectan o, en fin, no nos chirrían tanto como les debían de chirriar a las generaciones precedentes. China es el ejemplo más evidente, con un gobierno comunista y autocrático que practica una suerte de capitalismo muy activo. Parece que por ahí van a ir los tiros, en un futuro bastante próximo. Sin embargo, no es sólo el ejemplo chino el más característico. En el mundo llamado capitalista también se practica con bastante soltura una especie de comunismo de corte liberal. Está claro que los términos puros no funcionan, así que hay que mezclar y hacer juego, señores, de lo contrario uno puede quedarse como San Simón en el desierto y encaramado en una columna. Siguiendo la pista al filósofo Zizek, damos con un término que reúne lo que está ocurriendo en la actualidad: Porto Davos. Una nueva ciudad que engloba aquel espíritu antiglobalizador -¿detectan la ironía?- que emergió en la ciudad brasileña de Porto Alegre y también aquella cumbre del capitalismo high tech celebrada por los capitostes de rigor en la población suiza de Davos. Está claro que el comunismo de la vieja guardia nada tiene que hacer. De hecho, los antiguos comunistas hace ya tiempo que se han disfrazado de amantes de la naturaleza y de hermanitas de la caridad. Pero también les ocurre a ciertos ejemplares del capitalismo más clásico: se visten con las ropas del sujeto humanitario, preocupado por la pobreza mundial y por los continuos desastres ecológicos. Y eso sin moverse del sitio, como le ocurre al increíble George Soros que, con la mano derecha sigue practicando la más implacable forma de especulación financiera y, con la dulce y a menudo hipócrita mano izquierda, escribe ensayos muy sensibles en los que fustiga, precisamente, lo que él mismo practica con su mano derecha. De este modo, podemos disfrutar de un individuo perfectamente dividido y, en apariencia, sin asomo de esquizofrenia. Esa frase, que tanto hartazgo causa y a la vez levanta sospechas, que dice: "sin ánimo de lucro", ya no tiene vigencia. Nadie cree a quien la dice. No, el asunto ahora es otro: por un lado uno se lucra sin rubor y, por el otro, se dedica a las labores humanitarias de rigor. Una cosa compensa a la otra y si esto es guerra, por favor, que no venga la paz. El comunismo será digital o no será. El gran gurú de la izquierda pos-hiper-tras-aftermoderna -elijan también ustedes los prefijos, he aquí la carta, o bien quédense con los cuatro, tanto da- ha pillado el secreto al alabar el capitalismo digital pues, según él, contiene todos los ingredientes del comunismo. Aunque, bien mirado, todo esto no es nuevo. En las farmacias uno puede encontrar el remedio para sus males, pero también el veneno que le llevará al otro barrio o, por lo menos, muy cerca de donde vive la Dama. Con el tiempo la propiedad privada será un lujo para más tarde convertirse en una anacronía. Lo mismo le sucederá a la propiedad intelectual. De hecho, ya le está pasando. El manoseo será global, aunque al decir manoseo sé que caigo en un anacronismo, pues lo tangible también pasará a mejor o peor vida. Todo será -¿es?- pantalla y en esa superficie jugaremos a vivir. Pero confiemos en que, por lo menos, nos quede el tacto, no seamos agoreros. Resumiendo el tema que nos ocupa y para continuar con estas paradojas, que ya han dejado de serlo, pues habitan en un mismo cuerpo, en una misma persona, en una misma política, en una misma economía: con una mano te acaricio y con la otra te doy cachetes, con una mano te doy un caramelo y con la otra aceite de ricino. Soros, el gran Soros, es la figura a seguir: por la mañana especula sin compasión, mientras que por la tarde, ya con bata y en zapatillas, se dedica a redactar tiernos ensayos sobre la maldad intrínseca del sistema capitalista. Admirable.