A tenor de lo comentada que ha sido en todos los medios, tanto por columnistas como por internet, la entrevista realizada por Millás en El País al tercer presidente de la democracia no ha dejado indiferente a nadie. Los comentarios han oscilado entre los ditirambos de los más cercanos, uno de cuyos máximos exponentes podría ser Bono -con un punto pelota ambivalente, señalándole como el mejor presidente de la A hasta la X, evitando cobardemente la comparación con Zapatero y coqueteando sinuosamente con la X del organigrama del GAL-, pasando por la expresión de afecto de los responsables del PSOE, no exenta de una cierta incomodidad por los titulares que señalaban las dudas de González sobre el acierto de desautorizar un bombazo a la cúpula de ETA en Francia, hasta la inquina imperecedera de unos adversarios que más que políticos parecen personales. Parece como si el tiempo hubiera trocado la seducción que entre muchos despertó, en odio sin matices, cuya epigénesis quizá habría que contemplar con el auxilio del análisis freudiano. No es igual el análisis de la realidad en caliente, con la dosis semanal de asesinatos terroristas indiscriminados incluyendo niños -con los precedentes europeos franceses, alemanes e ingleses: OAS y de Gaulle, Rainbow Warrior y Mitterrand, banda Baader-Meinhof y Schmidt, IRA y Thatcher- que el realizado a toro pasado, cuando la acción, incluso la equivocada, ha modificado la realidad. Pero el cóctel del GAL, con asesinatos de etarras que arrastraron muertes de inocentes, de enriquecimiento con fondos reservados de altos cargos públicos, incompetencia, secuestro de Marey y la silueta achulada de puteros como Amedo era demasiado explosivo como para no ser deletéreo para la democracia española. Era imposible revestirlo de patriotismo. Las justificaciones de Barrionuevo intentando desplazar sus responsabilidades políticas a una supuesta demanda o aprobación de la sociedad española, para sobrevivir políticamente, fueron patéticas y vergonzosas por su falta de gallardía, incompatibles con el mantenimiento del estado de derecho; la afirmación de González en la entrevista con Iñaki Gabilondo por TVE de haberse enterado por la prensa de la existencia del GAL, un insulto a los ciudadanos que acabó con la seducción.

Estas, junto con la corrupción representada ejemplarmente por Roldán, fueron las sombras, pero aún nos beneficiamos de las luces: asentamiento de la democracia después del 23 de febrero, primacía del poder civil, ingreso en la CEE, universalización de la asistencia sanitaria, presencia e impulso de la política europea, reconversión industrial, modernización de las infraestructuras del transporte terrestre y aéreo, establecimiento de las pensiones no contributivas, etc. Se acabó, aunque con los problemas irresueltos del cultivo del mérito y de la excelencia en la educación y la crónica falta de competitividad de la economía española, con el viejo dicho de Cánovas de que español era quien no podía ser otra cosa.

Con todo, el cáustico y durísimo entrevistador y columnista -con los no afines ideológicamente-, el escritor Millás, parece rendir armas y bagajes ante este gran macho alfa de aspecto cabreado que sigue siendo González. Nada que ver con otras entrevistas a líderes políticos del gobierno y la oposición que nos ha ofrecido su diario. La entrevista, excepcionalmente oceánica, aun siendo de guante blanco -ni inquiere, ni cuestiona, ni corrige en ningún momento al entrevistado, nada que ver con el periodista americano que entrevistó por primera vez a Bush después de dejar la presidencia: le preguntó, después que Bush dijera que autorizó la tortura a presos de Guantánamo y que esto salvó la vida de americanos, qué le parecería la tortura a soldados americanos presos. Bush reculó-, no deja, de ser muy interesante, pues deja al actor en disposición de adentrarse en zonas suficientemente densas como para resaltar, por contraste, el cúmulo de simplezas y banalidades con las que nos obsequian los políticamente correctos e insulsos dirigentes de hoy.

Dejando aparte las reflexiones sobre su vida personal, sobre el hecho mismo de la política y el liderazgo, las que González hace en relación a los momentos que vivimos y la situación de España y el mundo son pertinentes y agudas, propias del estadista que fue y es, el más brillante que hemos conocido. Aunque su defensa de la "empleabilidad" como fórmula de la supervivencia laboral en la globalización de la economía, esta fatalidad impuesta por las grandes multinacionales ante la que se han resignado todos los líderes políticos -no la consecuencia inevitable de la caída del muro-, es para mí muy similar a la entronización de la angustia como cualidad inherente del trabajador, a la esclavitud a la que se someten tantos valores humanos, la familia, el entorno, el disfrute del ocio, los proyectos de realización personal. A este desolador presente llaman progreso.