1. Hemos asistido a una visita mucho más pastoral, en sentido estricto, que doctrinal, por muchas que sean las apreciaciones en sentido contrario. El Santo Padre en momento alguno ha emitido palabras de altura semejante a las pronunciadas en su viaje al Reino Unido, sino que se ha movido en unos parámetros previamente determinados por nuestra Conferencia Episcopal. En este sentido, ha confirmado con su autoridad la doctrina tradicional eclesial, sin dar pie a pluralismo alguno.

2. Lo anterior, puede que encuentre su explicación en que Josep Ratzinger desea salir al paso de la contradicción entre Iglesia española en su estamento más oficial y los aires políticos de nuestra clase gubernamental en materia de familia, respecto a la vida y libertad religiosa, lo que le llevó a pronunciar unas palabras poco oportunas ante los periodistas en el avión que le llevaba a Santiago de Compostela. Las cosas no están para chuparse los dedos, pero tampoco vivimos un desastre comparable al de 1931. Me ha extrañado la falta de matiz en la célebre frase papal. Algo semejante le sucedió en Ratisbona. Pero queda la duda sobre si Benedicto XVI cometió un error impremeditado o, por el contrario, dijo lo que deseaba decir…

3. Estupendo el final del viaje con su larga visita a la institución catalana del Nen Deu, dedicada a los más malheridos por la biología y por la vida. Ahí se demostró una de las mejores potencias eclesiales de todos comprendidas: el amor entregado a los débiles y marginales. Y la fortaleza de unas familias que en su momento aceptaron unas vidas problemáticas en grado sumo. El amor evangélico lleva a abnegaciones admirables en una sociedad egoísta y lentamente eutanásica.

4. Demasiado clero en permanente danza en torno al Santo Padre. Entre otras razones porque el espectáculo icónico de tanto cardenal y obispo distraía al telespectador de la esencia del encuadre televisivo y por supuesto otorgaba al conjunto una sensación de jerarquismo muy lejano de la sensibilidad contemporánea. Las ceremonias religiosas católicas harían bien en reflexionar sobre los actos visuales de otros ámbitos, mucho menos barrocos en beneficio de una sobriedad que enfatiza la persona del líder. Es una cuestión de sensibilidad estética, pero no menos de concepción teológica, aunque lo olvidemos: cada teología eclesial engendra su propia estética.

5. Los seglares estuvieron representados por los guardaespaldas, los políticos, y demás invitados a cada acto, siempre situados en un plano inferior respecto del grupo episcopal que estaba rodeando al Papa. Se creaba así esa distancia espacial que, de nuevo, jerarquiza la Iglesia de manera exageradamente enfática. Unos arriba y los demás abajo. Toda conceptualización del Pueblo de Dios fue aniquilada en beneficio de un corpus dominante. Claro está que a muchos/as pudo gustar esta duplicidad de roles eclesiales. Personalmente, me produce una tristeza doctrinal y estética insuperable.

6. ¿Y las mujeres? En pocas palabras: las mujeres estuvieron representadas por el grupo de religiosas, vestidas de negro, que en un silencio casi automático, limpiaron, colocaron los manteles y demás utensilios en el altar recién consagrado por Benedicto XVI. Cuando contemplé tal situación comprendía por qué razón mis amigas laicas, religiosas, algunas excelentes teólogas, nos acusan de misoginia y de relegarlas a las tareas domésticas. Exactamente lo mismo que hace doscientos años. Poner los manteles, bien. Algo más, nada de nada. Bueno, alguna lectura, también. Y se acabó. Ellas aguantan las bases sociales de la Iglesia Católica, pero todo el protagonismo nos lo llevamos los hombres, es decir, los clérigos.

7. Lo de nuestro Presidente de Gobierno demuestra que las palabras papales, tan poco matizadas en el avión, tenían algún fundamento. Su viaje a Afganistán y su cita tan efímera al final, fue una bofetada diplomática a muchos españoles creyentes por el menosprecio pretendido en la forma de tratar al visitante egregio. Ni sabe ni contesta. O sabe y contenta con un cinismo de libro. Y todo esto no se soluciona con la presencia sonriente de Rubalcaba, en absoluto. Estos detalles aumentan la distancia entre laicidad y fe.

8. Hace unos días, desde estas mismas páginas, deseábamos que la visita papal se desarrollara con claridad, apertura y fraternidad. La claridad ha sido absoluta, pero en absoluto hemos observado apertura y la fraternidad memorable para quienes han sabido contemplar el viaje en su completo desarrollo. La verdad, desde mi punto de vista, me queda la maravilla de la Sagrada Familia, belleza para la fe, y la visita al Nen Deu. De un Papa tan inteligente y capaz como Benedicto XVI, uno esperaba mucho más. Pero sigue siendo mi Papa, por supuesto.