El Pacto del Tinell, suscrito el 14 de diciembre de 2003 por el PSC –Pasqual Maragall–, ERC –Josep-Lluis Carod-Rovira– e ICV-EUiA –Joan Saura– que daba lugar a la formación del "tripartito" tras las autonómicas catalanas del 16 de noviembre anterior, representó el inicio de un largo viaje catalán de ruptura teórica con el nacionalismo burgués que había gobernado la comunidad autónoma desde 1980 y de profundización soberanista de corte relativamente progresista, que se centraría en una profunda reforma del Estatuto de Autonomía vigente desde 1979, el Estatuto de Sau.

Todo indica que las elecciones autonómicas del próximo día 28 representarán el final de este largo viaje de casi siete años que se habrá saldado con un balance agridulce. La alternancia tras un período excesivo de hegemonía de CiU saneó sin duda las instituciones autonómicas y refrescó el pluralismo político; sin embargo, el PSC frustró la posibilidad de dar primacía al vector progresista sobre el nacionalista y se dejó arrastrar por sus socios de coalición hasta expectativas desaforadas e inalcanzables a cuyo extremo la sociedad catalana ha encontrado grandes dosis de melancolía.

Según las encuestas que se han ido conociendo en los últimos meses, el final de viaje se deberá a la insuficiencia de apoyos de los tres miembros del ´tripartito´, que no alcanzarán los 69 escaños de la mayoría absoluta en la cámara catalana de 135 miembros. En 2003, PSC, ERC e IC consiguieron 74 escaños y en 2006, 70. Sin embargo, lo más relevante no es esta previsible derrota sino el hecho de que en estas vísperas electorales el candidato socialista Montilla haya renunciado ya a un nuevo ´tripartito´. Es decir, la familia socialista parece abandonar definitivamente un juego de alianzas que ha radicalizado al PSC hasta hacerle perder una parte importante de su electorado tradicional y ha introducido cuñas entre el PSOE y el PSOE federal, que en algún momento estuvieron a punto de generar una traumática ruptura entre ambos.

Montilla, como es natural, no repudia la herencia que él mismo ha legado; sin embargo, de sus gestos y manifestaciones se desprende el reconocimiento de que se ha cometido un craso error al permitir que el alma catalanista del PSC, exacerbada hasta mucho más allá de lo razonable, laminara el alma obrerista, clásica, bilingüe en gran medida, que siempre cohabitó con aquélla desde la época del franquismo.

El desafuero soberanista auspiciado por Maragall, que ha acabado en la frustración de una sentencia adversa del Constitucional, ha dificultado además los equilibrios políticos del Estado, ya que CiU se ha visto impelida hacia una ubicación radical y poco cooperativa. De ahí que el PSOE federal vea con indisimulada complacencia el fin de este zozobrante viaje, que ya sólo puede tener dos destinos en Cataluña: o un gobierno monocolor de CiU, con mayoría absoluta o cercano a ella (y en este caso con apoyos puntuales que le den estabilidad) o un mucho más improbable gobierno "sociovergente", de coalición CiU-PSC, fórmula que ya desecharon los socialistas en 2003. En los dos supuestos, Montilla perdería, obviamente, la presidencia de la Generalitat pero el PSC tendría una oportunidad clara de rehacerse, de recuperar el tino, el equilibrio y la figura.