De nuevo, el problema del Sahara Occidental, la antigua colonia española que nuestro país descolonizó mal porque el conflicto territorial surgió justo cuando el franquismo agonizaba y no había comenzado aún la transición, ha estallado dramáticamente con muertos y heridos. Un sector de la población autóctona, agrupado en torno al Frente Polisario, no acepta la soberanía de Marruecos.

Y, sin embargo, es manifiesto que el independentismo no tiene futuro. Ni Europa –España incluida- ni los Estados Unidos están dispuestos a defender la opción secesionista que debilitaría a Marruecos y otorgaría a Argelia una salida al Atlántico. Naciones Unidas, que aún mantiene alguna pretensión arbitral en la zona, lo sabe, y de ahí que se comporte con una perturbadora ambigüedad.

¿Por qué, pues, no zanjar de una vez este contencioso absurdo que dura 35 años? ¿Por qué seguir dando esperanzas a quienes están condenados al fracaso de sus exigencias? ¿Por qué esta política de mirar siempre hacia otro lado como si no supiéramos lo que sabemos desde el primer momento?