Temen los más aprensivos que la Gran Factoría China inunde por igual el mundo de cachivaches del Todo a Cien y de chinos propiamente dichos, en número suficiente como para no dejar espacio a los demás terrícolas. Craso error. Analistas de mayor sutileza han descubierto ahora que el peligro no es amarillo ni viene de Pekín, sino de la más cercana África; y que la culpa de la superpoblación –como de casi todo– la tienen una vez más los norteamericanos. O para ser más exactos, los miembros de ese curioso batiburrillo de ultraconservadores y libertarios que se agrupa bajo el nombre de Tea Party.

La explicación es sencilla. Imperialistas, pero no por ello insensibles, los estadounidenses son los que más dinero aportan para paliar las carencias de los desdichados países del Tercer Mundo. Esas caridades incluyen, como es lógico, la financiación de planes de control de la natalidad: y ahí entra en juego el Tea Party, que al parecer es organización más partidaria de las familias numerosas que de regalar condones a los prolíficos padres del África tropical.

Dado que esa facción del té influye y no poco en el Partido Republicano que acaba de hacerse con el Congreso de Estados Unidos, mucho es de temer que tales ayudas se reduzcan según lo anunciado por algunos congresistas. De ahí a colegir que se producirá una tremenda explosión demográfica por falta de anticonceptivos en los países más pobres no hay más que un paso, y lo cierto es que más de un experto en demografía lo ha dado ya.

Muy grandes han de ser, desde luego, los socorros financieros prestados por la Norteamérica del Tío Gilito a los desventurados de la Tierra para que un mero recorte de esos fondos obre el efecto de ponerlos a parir sin tasa. Puede que se exagere un poco, pero aun así conviene no tomar a broma un asunto tan serio como éste, ahora que el mundo está en puertas de recibir a su habitante número 7.000.000.000 y los cálculos cifran en dos mil millones más los que poblarán la Tierra dentro de sólo cuarenta años.

Todo esto suena un tanto a chino en los países ricos y de modo particular en una Europa que, según el razonable pronóstico de Jordi Pujol, será de aquí a no mucho "una sociedad de vejetes que beben cerveza atendidos por inmigrantes que, además, les pagarán las pensiones". Por cruda que parezca, la definición del ex presidente catalán resume muy bien el juego de relaciones contradictorias que mantienen el Primer y el Tercer Mundo. Si tales desequilibrios entre la escasa producción de críos de los unos y el exceso de facturación de los otros siguen aumentando, no sería improbable que la explosión demográfica de los pobres originase una situación igualmente explosiva en todo el planeta. Y es que incluso la presión migratoria tiene un tope de elasticidad.

Desaparecerán, eso sí, los temores a una invasión china que tanto parecen afligir todavía a Occidente. El régimen que un día fundó Mao va camino de abandonar el pelotón de los pobres del mundo tras su súbita conversión al capitalismo y, por si fuera poco, aplica un control de natalidad directamente inspirado en las teorías de Malthus. La política del hijo único por pareja ha permitido al país más poblado del mundo estabilizar su censo, aunque fuese al precio de violar prácticamente todos los derechos individuales de la ciudadanía.

Conjurado el peligro de una marea amarilla –que ya sólo evoca títulos de películas de serie B–, el riesgo de superpoblación mundial se localiza ahora en los países menesterosos mayormente situados en el África subsahariana, antes llamada negra.

Mientras China malcría hijos únicos, las familias numerosas cunden como nunca en ese continente con el que España linda por el Estrecho: y más que cundirán aún si los republicanos yanquis cumplen su amenaza de retirarles los fondos para el control de la natalidad. En fin: que éramos pocos y parió el Tea Party.

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