Me quedo mirando la foto del cometa Hartley 2, tomada a sólo 700 kilómetros por una nave de la NASA. Su aspecto es bastante deplorable. Pudiera ser un tubérculo, un pequeño bolo o un jamoncillo de pollo, con una coronita luminosa. Al telescopio ese cometa será sin duda una bola brillante, con una larga y bella cola de luz. Las cosas, vistas de cerca, pierden prestancia. Mirarse el rostro en uno de esos espejos de aumento de los hoteles es una experiencia terrible. Con la intimidad de las personas suele ocurrir algo parecido. Si esta Navidad, en lugar de la clásica estrella (cometa, propiamente), ponemos en el belén una foto del Hartley, la magia del cuento se vendría abajo. Vivimos en una estampa, una postal, un decorado, y la visión verdadera de la realidad espanta, como le ocurrió a Dorian Gray. Pero, ojo, el espanto no viene de la fealdad descubierta, sino de la belleza perdida.