El monarca absoluto, que tiene la plenitud de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial en el Estado de la Ciudad del Vaticano, según la Constitución Apostólica (en el reino del papa sigue en vigor la pena de muerte, aunque no se aplique desde 1870), ha hecho una visita "pastoral" a España. Ratzinger es el jefe de Estado en el que confluyen las mismas atribuciones de las que dispuso, tras la Dictadura surgida de la Guerra Civil (1936-1939), el general Franco, quien, de acuerdo con la denominada Ley de Prerrogativas de la Jefatura del Estado, estaba en condiciones de saltarse cuando le viniera en gana su propia ilegal legalidad. El nuevo viaje del Pontífice Máximo del catolicismo a España ha sido el de quien no ha renunciado ni tiene la pretensión de hacerlo a su poder terrenal. Es el periplo, todo lo pastoral que se pretenda, del Papa-Rey, ante el que se ha inclinado el Jefe del Estado, el Rey Juan Carlos, con el consentimiento del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que ha licuado su voluntad laicista a las presiones vaticanas. Ha venido a España Benedicto XVI afirmando que el laicismo de hoy es similar al anticlericalismo de la Segunda República, una falsedad que denota la mala fe de quien sabe que no es verdad.

Es una absurda anomalía lo que está sucediendo con la Iglesia católica en España: toda la derecha, política y mediática (la nacionalista catalana también, por supuesto), entró en estado de máxima efervescencia; la izquierda, en el poder en Madrid y Barcelona, ha rendido vergonzante pleitesía. Ningún poder público ha dicho nada ante la inaceptable ingerencia de un jefe de estado extranjero (lo es Ratzinger a todos los efectos) en asuntos que conciernen a la soberanía nacional. Se considera legítimo que el Papa de Roma niegue a las Cortes Generales el derecho que le asiste a legislar sobre asuntos que en el Vaticano estiman que no pueden ser cuestionados: aborto, matrimonio homosexual, investigación biomédica… Es más: la derecha política, el PP, anuncia que cuando llegue al poder revertirá estas leyes, dice que lo hará aunque el Tribunal Constitucional las declare de acuerdo con la Constitución. No es vano el insólito despliegue, estrictamente de aprovechamiento político, que la derecha y la extrema derecha mediática han hecho y hacen de la visita de Benedicto XVI ante el pusilánime silencio del Gobierno.

Es una constante el secuestro de la Iglesia católica en España por sus sectores más derechistas y reaccionarios. Siempre o casi siempre ha sido así (tal vez el único período en que no ha sucedido sea el del cardenal Tarancón, que tuvo en Mallorca el reflejo de Teodoro Ubeda). La Iglesia católica conspiró desde el primer momento contra la Segunda República y en la Guerra Civil bendijo la "cruzada" (su obsceno alineamiento y el odio irracional provocó que fueran asesinados miles de los suyos), y ahora, bajo el mandato del cardenal Rouco Varela, no es que la Conferencia Episcopal dé aliento al PP, sino que el cardenal arzobispo de Madrid estima que Mariano Rajoy no es lo suficientemente radical contra el Gobierno. Solo la intervención de la Santa Sede, que obtiene del Gobierno la financiación que reclama y el trato de privilegio que exige, ha obligado al belicoso cardenal gallego a poner sordina a su nueva cruzada. Este secuestro, el enfeudamiento de la Iglesia a la derecha más dura, constantemente exhibida por Roma, hace que los esfuerzos "recristianizadores" desplegados por Ratzinger vayan a tener poca incidencia en una España que, para disgusto de nuestros obispos y la derecha confesional, está irreversiblemente secularizada.

La Iglesia podrá obtener más concesiones, dispondrá del control sobre una parte importante del sistema educativo, se le dará el dinero que solicite y llevará a cabo una notable accción social (con los fondos que previamente ha obtenido del Estado, unos seis mil millones de euros al año). Seguirá siendo poderosa en España; de ganar el PP las elecciones, verá complacida cómo el gobierno de Rajoy elimina parte de las leyes laicistas, pero volver a los tiempos en los que hizo y deshizo lo que le vino en gana, coaccionando voluntades y forzando a católicos y no católicos a seguir sus designios, no lo logrará. Ocurre que en el campo católico no somos tan pocos los que albergamos muchas dudas de que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, la pomposa y aguerrida Iglesia del Papa-Rey, sea esencialmente cristiana más allá de su nombre.