Contra el Papa se han posicionado los de siempre, los anticlericales, que de estos todavía quedan algunos, aunque los datos han evidenciado las diferencias numéricas de los detractores y de los partidarios, y es un hecho innegable que la inmensa mayoría ha dado su apoyo incondicional al Obispo de Roma, hasta el punto de que las protestas y desplantes, con viaje a Afganistán incluido, se han convertido en una mera anécdota minoritaria.

Benedicto XVI ha contestado con la mejor y única manera de hacer las cosas bien: con argumentos, secundando ese estilo magistral que le caracteriza, y del que dejó grato recuerdo en su reciente viaje al Reino Unido, del que podríamos destacar muchas cosas, entre ellas, cuando en Westminster dio una lección impecable sobre la presencia de la religión en la vida pública. Ya en el momento de la elección del nuevo Papa, algunos vaticinaron que el pontificado del hasta entonces Cardenal Ratzinger no llegaría a la altura de Juan Pablo II, y los acontecimientos han desmentido semejante impresión. Por citar un ejemplo, las audiencias de los miércoles en el Vaticano con Benedicto XVI han visto aumentar tanto la participación popular, que ahora se celebran en la plaza de San Pedro, porque los asistentes no cabrían en el aula Pablo VI que ha quedado pequeña.

La última visita a Santiago y a Barcelona podríamos titularla como el viaje que satisfizo nuestras expectativas. Como primicia ante los periodistas acreditados que le acompañaron en el vuelo de Alitalia, la máxima autoridad eclesiástica ya sembró lo que para algunos ha sido la primera polémica, al denunciar la situación de laicismo que estamos sufriendo en España, y que está atacando los valores más genuinos de nuestra cultura religiosa. Porque una cosa es la separación Iglesia-Estado, que es un concepto que el Magisterio Pontificio defiende, y otra cosa muy distinta es el laicismo que progresivamente quiere eliminar el hecho religioso de la vida pública e institucional. Y habló, con toda razón, del anticlericalismo actual que se asemeja, aunque de forma incruenta, a tiempos pasados que deberíamos superar.

La belleza ponderada en el templo de la Sagrada Familia, como imagen de la belleza y de la verdad divinas que nos hacen libres, son otras de las ideas que el Papa ha expresado ante un numeroso público, de toda clase y condición, entre el cual ha destacado la juventud, en su mejor imagen, porque no todos los jóvenes de nuestro país son como los que molestan en el Paseo Marítimo con sus escándalos de fin de semana.

La inteligencia del Vicario de Cristo se ha confirmado una vez más en España, en los pocos pero profundos discursos que ha pronunciado, y en los que, entre otras cosas, ha elaborado una clara línea discursiva teológica tocando diversos temas de la doctrina y espiritualidad cristianas, y de los que, probablemente, las cuestiones más comentadas en estos días sean las de índole moral, materia en la que ha recordado esas recetas que no por nuevas, sino por auténticas y necesarias, deberíamos escuchar, para poder incorporarlas en la marcha de la vida social de nuestro tiempo, animando a los poderes públicos a que reflexionen sobre las mismas.

En este sentido, y sólo por citar algunas de estas cuestiones éticas que ha señalado el sucesor de Pedro, podemos mencionar su defensa de la vida desde la concepción hasta el último estado de la misma, es decir, que no hay lugar ni para el aborto ni para la eutanasia; la importancia del único matrimonio posible entre hombre y mujer; la necesidad de fortalecer la familia tradicional; la solidaridad por los que sufren situaciones de pobreza, punto en el que ha recordado la figura de Gaudí que con su párroco, ayudaron al desarrollo educativo y del bienestar de sus trabajadores y familias; y otras muchas cosas que sería largo señalar, pero que todas ellas explican en su conjunto el porqué del notable apoyo de la gente al Papa.

(*) Párroco de Valldemosa.