Generalmente no suelo repetir el tema de un mismo artículo dos semanas seguidas. La actualidad es tan cambiante y eléctrica que los asuntos se suceden sin dar tregua al ciudadano. Pero en esta ocasión hago una excepción para denunciar de nuevo el linchamiento mediático que aún persiste sobre la figura del escritor Sánchez Dragó. Ya el domingo pasado tuve que recurrir a la ironía, un tanto salvaje por cierto, para manifestar mi rechazo a toda esta oleada de "Tea Party" a la española, desatado por los sectores más "progres" y "avanzados" de nuestra sociedad. Sin embargo, el temporal no sólo no ha remitido sino que está adquiriendo las proporciones de una caza de brujas. A la que se han sumado dos ministras.

El asunto tiene bemoles. Porque salvo raras excepciones, no hay ni un sólo político de este país que tenga autoridad moral suficiente para condenar a un artista. Ni uno. Si una actividad pública en España se ha ganado a pulso el descrédito y la fatiga de los ciudadanos es ésta. Por pudor de estilo renuncio a enumerar las hazañas de estos individuos que han permitido tantísimos desmanes y han alimentado no pocos desafueros. Aparte de esto, los españoles hemos tenido que financiar bastantes juergas de los políticos-en Mallorca sin ir más lejos-, pero que yo sepa ningún político se ha visto obligado a pagar ninguna juerga de los ciudadanos. En fin, que lo último que le faltaba a este país es que la clase más inmoral de todas se permitiera el lujo de dar lecciones de buena conducta y de maneras a los demás.

Luego hay otro asunto. Cada vez que se habla de menores, quizá sea bueno recordar que el gran poeta Antonio Machado- esa notable figura civil cuyos versos aún conmueven nuestras almas-tenía más de treinta años cuando se enamoró de una niña de doce, sí amigos, de doce. Y tuvo que esperar a que dicha niña, Leonor, cumpliera quince para casarse con ella. Quince. ¿Lo sabe la ministra de Cultura? ¿Lo saben nuestras feministas incendiarias? ¿Lo sabe la comisión de padres del colegio? Si es así, ¿cuál es el problema? ¿Lo que se hace o lo que se dice? Pero aún, ¿el quién lo hace o el cómo se dice? Mi amigo Eduardo Jordá, en un excelente artículo publicado el pasado jueves, ponía el dedo en la llaga. El verdadero debate hay que buscarlo en esa frontera que establecen las leyes, no en el que un señor goce de ciertas compañías. La Leonor de Machado quizá estaba lo suficiente madura para el gran paso, como se decía antes; pero estoy seguro de que mucha de esa madurez tenía que ver con la talla moral de Machado. Es decir, del adulto. Y aunque obviamente este adulto jamás se habría corrido una juerga con tres japonesitas en celo, ni tampoco habría presumido de ello, estoy seguro de que éstas habrían preferido su compañía a la de esos diputados respetables que acabaron provocando una guerra terrible en nuestro país. No sé si me explico.