He olvidado muchos de los apellidos del colegio, pero aún tengo en la cabeza una especie de listado alfabético que podría recitar de carrerilla. En mi época se pasaba lista y los alumnos teníamos que levantar el brazo cuando se citaba nuestro nombre. También se nos asignaba un lugar en la clase en función de nuestro apellido, así que el orden alfabético se convertía en un modelo organizativo que nos iba asignando un lugar en la clase, cosa que en cierta forma equivalía a adjudicarnos un lugar en el mundo.

En más de una noche de insomnio me he recitado esos listados de nombres, porque su simple enumeración me trasmitía una idea de orden que me desmentía todas las amenazas de desorden que yo veía a mi alrededor. En esas listas cada uno de nosotros estaba en su sitio, y como la vida no había empezado a hacernos trastadas, ni nosotros habíamos empezado a hacérselas a la vida, cada uno ocupaba el lugar que se merecía, un lugar que era justo y que nadie discutía y en el que todos, de momento, parecíamos inmunes a los desastres y a las equivocaciones. Así que yo repetía los nombres por riguroso orden, Balaguer Ferrer, Grimalt Obrador, Jiménez Ramis, Jordá Forteza, Lladó Mulet, Morell Orlandis, Ramis Caubet, Sancho Díez…, y poco a poco me engañaba pensando que todo estaba en orden. Es posible que la lista real empezara por Adrover y terminase por Vallespir, pero mi memoria había confeccionado su propia lista y ésa era la lista que me servía para alejar las ideas negras. Puede parecer raro, pero recitarla suponía un alivio para mí. Un gran alivio.

Lo digo porque el nombre que llevamos es inseparable de una idea de orden. Esa idea puede ser justa o arbitraria, correcta o abusiva, pero es la que hemos adoptado desde hace mucho tiempo para facilitarnos la vida. Fijar una identidad invariable –una identidad que se establecía de forma irrevocable en forma de nombre y dos apellidos- sirvió para evitar que cada uno tuviera un nombre fluctuante, que podía depender del apodo que le atribuían sus vecinos (el "malnom" que todavía se sigue usando en algunos pueblos), o bien de las circunstancias impuestas por el lugar de procedencia o por una simple característica física o un rasgo de carácter. En muchos lugares de África la gente tiene dos nombres: el oficial que figura en las cédulas de identidad, y el "privado" con el que se nombra a cada persona en su familia y en el círculo de allegados. Y eso era más o menos lo que sucedía entre nosotros hasta que se adoptó la costumbre de imponer el nombre y los dos apellidos en los registros de bautismo, y luego en los juzgados del Registro Civil (cosa que no sucedería hasta el siglo XIX).

Ignoro por qué se eligió un orden patrilineal antes que matrilineal. Está claro que los varones mandaban y que la línea de sucesión era la patrilineal, pero eso no es un argumento suficiente. Lo lógico hubiera sido poner el apellido de la madre en primer lugar, vista la dificultad de probar en muchos casos la paternidad de los niños, y eso es lo que se hace en algunos países como Portugal. Aquí no se hizo así y el orden patrilineal prevaleció hasta 1999, cuando una reforma permitió alterar el orden de los apellidos. Ahora parece que una nueva reforma impondrá el orden alfabético de los apellidos si los padres no se ponen de acuerdo sobre cuál debe ir primero. También he oído que cualquiera, si quiere, podrá cambiarse los apellidos en cuanto alcance la mayoría de edad.

Todo eso es fascinante para construir una novela, pero crea un desorden nominal que puede alcanzar proporciones desternillantes cuando se intente seguir una genealogía o probar en un juicio el parentesco que existe entre un testigo y un acusado, por ejemplo. Ya estoy imaginando a los picapleitos del futuro haciendo todo lo posible para ocultar las pruebas de parentesco entre un cargo público y el adjudicatario de una concesión. Si queremos evitar la injusticia de que el apellido del padre anteceda al de la madre, bastaría anteponer por ley el apellido materno al paterno. Así tendríamos un nuevo modelo organizativo sobre el que fijar todas las líneas de parentesco. El mundo está hecho de herencias, pleitos, reclamaciones y litigios, esas cosas que nos quitan el sueño y nos hacen recordar con envidia esa especie de orden primigenio que reinaba en el listado alfabético de nuestra clase. No parece muy inteligente embarullarlo todavía más de lo que está.