Primero fue el inefable alcalde de Valladolid con su impresentable salida de tono refiriéndose al físico –los morritos– de Leire Pajín, la nueva ministra de Sanidad. El señor León de la Riva es ginecólogo, médico personal de Ana Botella y habrá pasado a la historia pequeña de este convulso 2010 por esta procacidad tan propia de los machos alfa celtibéricos. En cuanto les mientan a cualquier mujer, que no sea su santa, y esté de buen ver, tienen una remontada testicular hasta el mismísimo lóbulo temporal. Cierto que tal conducta es propia de gente preilustrada, profesionalizada, que no educada, en los apriscos más agrestes de la geografía patria. Son meninges cortadas a pico, sin desbastar, herederas de las de aquel prócer literario que culminaba sus desahogos prostibularios al grito de ¡arriba España!

Siguió el nuevo vicepresidente y portavoz del gobierno, Pérez Rubalcaba, en su primera rueda de prensa posterior a la reunión del nuevo consejo de ministros: "hay algo en el código genético del PP que rechina con la lucha por la igualdad". Aquí el vicepresidente eleva el listón. No es sólo que pase del fenotipo al genotipo, sino que lo generaliza a todos aquellos que son afiliados al PP. Existiría un determinante insoportablemente machista en la naturaleza de los afiliados del PP que, como en el cuento del escorpión y la rana, se manifestaría a la primera oportunidad, aunque perjudicara a su partido. Machistas los hay en todas partes, maltratadores, también. Y en algunos de los casos que han trascendido, hasta dirigentes de izquierda se han visto implicados. Pero no puedo imaginarme haciendo este tipo de comentarios a Alberto Gallardón, o a Román Piña, o a Núñez Feijóo, por ejemplo. Sabemos que el reajuste ministerial, que ha afectado al área política y no al área económica, tiene por objeto proteger a Zapatero y atacar al PP para intentar reducir la diferencia de doce puntos en la intención de voto que en estos momentos le lleva esta formación al partido del gobierno. Pero este tipo de ataques van a degradar aún más la convivencia, forzando una escalada de descalificaciones que hundirán todavía más el escaso prestigio de la clase política. Un químico, pero, sobre todo un responsable que tiene a gala el don de la elocuencia y de la racionalidad debe saber que mentar el código genético del adversario es mentar a la madre y que mentarla es, en España, sinónimo de violencia. Si al conjunto de la clase política cabe exigirle responsabilidad y contención, más se le exige a quien dispone de todos los recursos de la administración, al gobierno, que, como Aznar en su primera legislatura, con la que está cayendo, está dispuesto a comportarse como la oposición de la oposición.

Lo que a estas alturas ya parece imposible es reclamar sensatez a la oposición cuando el gobierno no se reviste de ella. Efectivamente, a los pocos días del exabrupto de Rubalcaba, habiendo trascendido que el presidente del PSE, Eguiguren, declararía como testigo de la defensa del batasuno Otegui, González Pons, este personaje del PP que ya nos ha brindado algunas actuaciones propias de un tonto contemporáneo, se descolgó con unas declaraciones en las que afirmaba que "en el código genético del PSOE está la traición y la mentira". Es lo de siempre, de toda la vida. Los de izquierda son los antiespañoles, los antipatriotas. Nos sorprendió Zapatero hace dos años; negando la crisis acusó en el parlamento a los populares –que la afirmaban–, de antipatriotas. Cuando es evidente que hasta ahora no ha venido ninguna autoridad indiscutida a explicarnos qué cosa es la patria de todos los españoles. Cada uno la entiende a su manera, en el supuesto de que uno crea en las patrias. Son PP y PSOE antipatriotas de la patria de los otros y patriotas de la suya. Debería ser erradicado este sintagma -y sus derivados- de la plática política y transferido al ámbito sentimental y geográfico que nos ha visto nacer y cuya dimensión es tan amplia como determinan nuestras emociones, el que nos ha atravesado con sus voces, su geografía, con su expresión de lo que es el relato de la vida. Si hacemos nuestro el estúpido discurso de la determinación genética que utilizan ambos partidos, deberemos decir que en el código genético de la clase política española anida únicamente el principio de la defensa de sus intereses como clase. ¡Qué pobre nuestra democracia! Podemos derrocar una política, pero no podemos cambiar a los políticos.