Se han cumplido las previsiones: dos años después de la clamorosa llegada del presidente Obama a la Casa Blanca, en medio de un extraordinario alborozo popular y cuando el sistema alentado por Bush caía socavado por una dramática recesión de alcance planetario, la ilusión ha decaído estrepitosamente y los electores norteamericanos han lanzado al presidente demócrata un serio aviso al otorgar a los republicanos mayoría en la Cámara de Representantes: la frustración entre las propias bases y el rearme ideológico –ciertamente inesperado- de sus antagonistas amenaza con reducir a cenizas la obra de gobierno de Obama y con acarrearle una derrota en 2012.

El fenómeno no es nuevo ya que, curiosamente, coincide casi milimétricamente con el que protagonizó el también presidente demócrata Bill Clinton a mitad de su primer mandato. En efecto, en 1994, los republicanos lograron una espectacular victoria en las dos cámaras del Congreso; una nueva revolución conservadora, encabezada por el nuevo speaker de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich al frente de su "Contrato por América", barrió a los demócratas. Sin embargo, los republicanos sobreactuaron, estrangularon presupuestariamente a la administración Clinton hasta el extremo de obligar a cerrar algunas oficinas federales… y Clinton repitió victoria en las presidenciales de 1996. La receta aplicada incluyó dos vectores: firmeza ante los conservadores y giro al centro.

La derrota que ahora ha cosechado Obama es, como siempre sucede, fruto de errores propios y de aciertos ajenos. Los republicanos, que hace dos años se creyeron a sí mismos desarbolados por un largo período de tiempo, lograron con el "Tea Party", jaleado por la FOX, recuperar la ilusión y el ímpetu, generando una fuerte movilización, rápidamente convertida por los extremistas en cruzada a favor de la recuperación de las esencias patrias, del individualismo y en contra de todo intervencionismo estatal. Asimismo, los republicanos han aprovechado el proverbial rechazo social al intelectualismo, al instinto demasiado elitista y selecto de muchos miembros encumbrados de la administración Obama, empezando por el propio presidente.

Los demócratas, por su parte, han querido abarcar demasiado en poco tiempo: nada menos que consumar la reforma sanitaria, cortar las alas a Wall Street y abrir un gran ciclo progresista… en momentos de grave dificultad económica. Porque ha sido la crisis la causante de la gran desafección: el 86% de los electores ha declarado al acudir a las urnas que su preocupación principal es la economía, y el 38% ha culpado de ello al propio Obama, quien en efecto no ha sido capaz de corregir los malos datos: paro cercano al 10%, crecimiento inferior al 2%, déficit público superior al 9%... En definitiva, Obama ha perdido apoyos en los principales sectores que lo apoyaron hace dos años: negros, hispanos –frustrados por la falta de una ley migratoria–, mujeres, jóvenes e independientes.

Es inquietante observar cuán rápidamente el electorado USA ha olvidado que fue el absentismo de Bush el que hizo posible la crisis de las hipotecas-basura y la quiebra del sistema financiero, causantes de la gran recesión. Pero a nada conduce lamentar la realidad, a menos que se afronte con imaginación y pragmatismo: Obama tiene todavía mucho que decir frente al iluminismo pueril y pusilánime de sus principales adversarios de hoy día.