En el mundo democrático, que representa occidente, el político debe comprometerse con la defensa de la libertad y procurar extenderla hasta el último rincón de la tierra. Debe hacerlo desde la ética del compromiso con los más débiles, cuyo fundamento es la defensa inequívoca de los derechos y libertades fundamentales de la persona, convencido que para el logro de tal objetivo hace falta limitar el poder para que este no abuse de su posición y pretenda invadir esferas de la vida que son reservados única y exclusivamente al individuo como ser humano.

Lord Acton dijo: "el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente". Hoy en España la corrupción ha causando un daño irreparable a la noble función del político, presentando a éste como el adalid de la trampa, del expolio, del sin escrúpulos, o del sinvergüenza que aprovechándose del sistema democrático se presta a enriquecerse, preocupándose más del interés personal que del interés público. Tal percepción no es justa ya que, como todo en la vida, no se puede hacer de la particularidad la generalización, pues son muchos los políticos que se entregan a la labor de trabajar por y para el bien común y también ha habido políticos que han sido tratados injustamente como corruptos y luego se ha demostrado la falsedad de las acusaciones de las que han sido objeto. No obstante a ello, los políticos debemos ser los primeros interesados en apartar de la escena pública a quienes hacen del ejercicio de la política una actividad ilícita en beneficio propio y perseguir a aquellos que hacen de la calumnia y/o denuncia falsa el que hacer de su acción política.

Hay que recuperar la "exigencia moral" que predicaba Aristóteles del hombre que participa o va a participar en la "Res Pública", al igual que hay que abrazar los postulados de la Revolución francesa de 1789 para exigir del político que no se aparte de su primera y sagrada misión que es "procurar el bien común de la nación y hacerlo sin trampa, siempre con la verdad por delante desterrando la mentira de la escena política".

Ahora que se cumplen los 200 años de la Constitución de Cádiz es oportuno recordar el artículo sexto de la misma que dice: "El amor a la patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles y, así mismo, el ser justos y benéficos". Me gustaría incorporar este artículo a nuestra Constitución por lo que tiene, como nos recuerda González Trevijano, de "compromiso social, lealtad a los principios, actitud decente y grandeza moral". Hace falta que el político, como referente de compromiso, valores y actitud de servicio, actué en todo momento desde la decencia personal y el deber moral de hacer prevalecer la verdad sobre la mentira, el bien común sobre el bien privado, sea este personal, de grupo o de clase.

El político occidental, de las llamadas "Naciones libres", no puede llenarse la boca de expresiones como: "Libertad, solidaridad, justicia, democracia (...)" y luego ser cómplice, directo o indirecto, por sus acciones u omisiones, de regímenes totalitarios que pisotean los derechos humanos, que tienen secuestrado a todo el país, y convirtiendo su nación en una gran cárcel sin libertad. Frente a estos regímenes tolerancia cero. No cabe justificación alguna, no caben componendas, no caben compresiones, porque estos regímenes son la expresión "de la barbarie de rostro humano" como nos desvela Henri Bernard Levy.

España debe rectificar su política exterior en relación a estos regímenes, esperemos que así lo entienda la nueva Ministra de Asuntos Exteriores, personificados hoy en Venezuela, Cuba, Marruecos y China principalmente; y hacerlo desde el compromiso con la libertad, la defensa de los derechos humanos y la prevalencia de la dignidad humana sobre la conveniencia económica. Nuevamente, tal como nos recuerda González Trevijano: "no hay sitio para lo políticamente correcto, el pensamiento débil, el acobardamiento, el simple tactismo, el farisaísmo acomodaticio, la banalización relativista o el indigno arbitrismo".

Hoy estamos necesitados de rearme moral y ético para que la sociedad vuelva a ponerse en pie, reiniciar el camino de la libertad, de la justicia, de la solidaridad y de la defensa y la lucha por la dignidad de la persona; del ser humano. Hay que estar convencidos que no podrá existir verdadera paz mientras se mate de hambre a millones y millones de seres humanos, no podrá existir verdadera paz mientras se equipare "el derecho sagrado a la vida" con el derecho a decidir sobre su propio cuerpo; no podrá existir verdadera paz mientras sigan campando a su aire dictadores, tiranos, codiciosos sin escrúpulos y terroristas protegidos, sean del signo que sean.

Debemos aspirar, es nuestra obligación, a que España se haga la abanderada de la intransigencia con la injusticia, con la desigualdad, con el nacionalismo radical y con cualquier tipo de fundamentalismo. Ello implica nuestro compromiso con la libertad, con el derecho a la vida desde su concepción, con la justicia, con la solidaridad, con la defensa de los más débiles y necesitados y con la verdad. En definitiva, debemos aspirar a que los españoles tengamos como guía de nuestro quehacer político el ya mencionado artículo sexto de la Constitución de Cádiz para que todos nos podamos sentir orgullosos de ser españoles. Para conseguirlo hará falta, trabajo, sacrificio, voluntad de servicio y fe en nuestras posibilidades; "Mi querida España".

(*) Senador.