El machismo, en el cuerpo y mente del varón es por lo general congénito, aunque haya excepciones. Basta poner oreja a los comentarios, chanzas y chistes que hacen los machos en privado, cuando se juntan, o, simplemente, los que se nos ocurren, aunque no se lleguen a verbalizar. Reprimir esa pulsión desde la misma raíz, con el poder de contención que tiene un tabú de primer grado, podría ser excesivo, y en todo caso resulta quimérico. Ahora bien, lo que cualquier varón civilizado debe reprimir es, al menos, la lengua, la exteriorización pública de aquella pulsión, para ir achicando espacios al machismo, que se lleva dentro pero se reproduce y expande a través del aire. O sea, el varón machista (casi todos) debe cortarse la lengua, y encaminar el ingenio hacia otro lado. Con ello ese ingenio ganará además en calidad, pues los chistes machistas suelen ser facilones y algo tontos.