Es toda una satisfacción leer en este diario que un arquitecto de prestigio, Carles Llop, que cuenta con el Premio Nacional de su profesión, habla de nuestra fachada marítima y dice que en realidad no es tal cosa sino una autopista. Menos mal que eso sale de la boca de quien acumula, sobre conocimientos, oficio. Porque a muchos ciudadanos que no saben nada de urbanismo, entre los que me cuento, se les había ocurrido lo mismo: que, una vez más, los supuestos emblemas arquitectónicos quedan reducidos a servir de bambalinas para lo que en verdad importa, que es el dar vía libre a los coches. El novísimo –aún por terminar– monstruo al que se llama pomposamente palacio de congresos, cuando está por ver si albergará los simposios suficientes, y el hotel de al lado, componen una mole que encajona la entrada en Palma según se llega del aeropuerto. Eso sucede en nombre, según se dijo en su momento, de los iconos, de los edificios singulares, de las referencias urbanísticas que han de prestar empaque a toda ciudad. Qué daño ha hecho el Guggenheim de Bilbao, dios mío; qué tremenda papanatería ha ido generando en cuanto despacho oficial existe, todos ellos en busca del milagro urbanístico capaz de atraer gentíos sólo por aquello de hacerse una foto junto al mausoleo de turno. Pero incluso eso, si se diesen alguna vez tantos anhelos, resultaría imposible en el edificio que se levanta la entrada de Palma porque, a la hora de dar un par de pasos hacia atrás buscando un plano mejor, el fotógrafo en ciernes se vería arrollado por la marea de coches que se acercan al semáforo de entrada en el casco urbano.

¿A quién se le ocurriría pegar la mole del palacio (¿) a la autopista, sin sitio apenas para una acera y un arcén dignos de tales nombres? ¿A santo de qué ponerlo ahí como tapón ciclópeo cuando habría podido estar en cualquier otro sitio de la ciudad, de la isla, de la península o, puestos ya a desear lo mejor para todos, de la estepa siberiana? ¿Qué inventaremos cuando, en el fervor de la adoración al automóvil, nos dispongamos a añadir un nuevo carril a los que pasan por delante del hoy esqueleto gigantesco?

Contábamos ya, por suerte, con un emblema arquitectónico no sólo magnífico sino imposible de copiar, un aspecto a tener muy en cuenta ahora que quieren hacer otro Guggenheim pero esta vez en la Gran Manzana. La catedral gótica es, hablando de iconos, la estampa de mayor fuerza que existe respecto de Palma y supuso en su día de hecho (antes de que enloqueciésemos todos) la verdadera fachada de Ciutat. Carles Llop, que además de artesano de mano dulce es una persona de sentido común, ha pedido que la Seo vuelva a tener la caricia de las aguas de la mar; la mejor garantía que hay para conservar su fuerza inmensa. ¿Y la mole del palacio? ¿Qué hacemos con ella? De entrada, incorporarla como caso de estudio a las enseñanzas de la carrera de arquitectura. Amén de celebrar allí un congreso sobre cómo llenar espacios que no existen y, encima, a un coste que nadie sabe cómo lograremos pagar.