1325 es el número adjudicado a la Resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre Mujer, Paz y Seguridad, aprobada el 31 de octubre de 2000. Supuso el primer dictamen de este órgano en reconocer las consecuencias específicas de los conflictos bélicos, y en especial de la violencia sexual, sobre las mujeres y niñas. Instaba a emprender acciones en áreas interrelacionadas tales como La protección de las mujeres en los conflictos armados y en las situaciones posbélicas; La prevención de la violencia contra las mujeres a través de la promoción de los derechos de las mujeres y las leyes que los sustenten; El aumento de la participación de las mujeres en los procesos de paz y la toma de decisiones.

10 años después de su aprobación, si este número no les dice nada, es que la humanidad tiene un problema: el desconocimiento de aquellas leyes e iniciativas que suponen una diferencia abismal en la vida de millones de mujeres y niñas en las situaciones más graves.

Desde tiempos ancestrales hasta la actualidad, las violaciones han sido una práctica habitual durante los conflictos, parte del botín de guerra, como si a los hombres les costara quitarse la capa de Neanderthal. Podía ser que fueran raptadas para aumentar la población de un grupo. La mitología nos cuenta "el rapto" de las sabinas como inicio de la constitución de la antigua Roma. Para suavizar, a las violaciones se las llamaba rapto y más tarde, para que pareciera menos terrible se hacía una escultura y terminaba siendo parte de la Historia del Arte. En Latinoamérica, lo que se llama "el Mestizaje" no es más que las violaciones masivas de blancos a mujeres indígenas. En 1945, pocas berlinesas se salvaron de ser violadas por el ejército soviético en su avance "liberador". Miles y miles han sido obligadas a servir y acompañar a los ejércitos en guerra como desahogo sexual. Otra práctica brutal es usar a las mujeres para golpear la moral del bando contrario mediante violaciones que buscan engendrar hijos e hijas que lleven "sangre enemiga" para así hundirles la moral, y el ejemplo más cercano a nuestra realidad fue en la guerra de Bosnia.

Hasta 1993, con la Conferencia Mundial de Derechos Humanos en Viena, se hacía con impunidad absoluta. Allá, por primera vez, se consiguió que las violaciones masivas de mujeres fueran declaradas crímenes de lesa humanidad y sus responsables podían ser llevados a juicio.

Pero las mujeres no sólo hemos estado en el bando de las víctimas. Aristófanes dejó un retrato de la determinación pacifista femenina en la famosa "La asamblea de las mujeres" con Lisístrata como la heroína más preclara. En ella, al grito de "Si hay guerra no hay amor", las mujeres se negaban a "complacer a sus maridos" mientras no terminaran la guerra. Esto es ficción, pero recordemos que la mayor revolución pacífica de la historia es la feminista, que está consiguiendo que las mujeres salgamos del mayor de los ostracismos… y sin coger las armas!. Además, el feminismo ha ido siempre de la mano con el pacifismo, y ha dado grandes ejemplos de esta unión. Resalto las mujeres de Greenham Common, una iniciativa no violenta de las mujeres británicas que, de 1981 al 1994, se instalaron junto a una base militar americana para protestar contra la proliferación nuclear en lo que se llamó El campamento de Greenham Common. Tenían un objetivo claro, evitar que se instalaran 96 misiles nucleares de crucero, altamente destructivos, apuntando a la antigua URSS. Se fueron a sus casas cuando consiguieron su objetivo. Y no antes.

El más reciente, que confirma que hemos sido y seguimos siendo activas por la paz, es el movimiento internacional Mujeres de Negro, formado en su génesis por israelíes, palestinas, bosnias y serbias que a su vez se inspiran en movimientos anteriores de mujeres activistas por la paz y la justicia, especialmente las blancas y negras de Black Sash en Suráfrica y las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina. Y mucho antes de ellas, la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, formada en 1919.

Sin embargo, no estamos representadas en conversaciones de paz, a pesar de su eficacia probada cuando han estado, como Mo Mowlan, conductora de las Conversaciones de paz de Irlanda del Norte. Como dijo hace 10 años el ministro de Asuntos Exteriores de Namibia si "las mujeres son la mitad de toda comunidad, ¿no han de ser también la mitad de toda solución?".

Ha sido muy importante el esfuerzo que se ha llevado a cabo desde las instituciones internacionales de derechos humanos, lo que se ha llamado "feminismo institucional", poniendo la problemática de las mujeres en la agenda de la política internacional. Pero la sociedad también tiene que moverse. Primero tiene que saber, para poder luego exigir. Por esto, es necesario que la cifra 1325 sea conocida. Para pedir su obligatoriedad, dejando de lado las bellas proclamas. Porque es perentorio. Nos llegan noticias del Congo sobre las 249 mujeres –reconocidas oficialmente, faltan las no reconocidas– que han sido violadas por bandos en guerra a pocos quilómetros de un campamento de la ONU, que fue avisado y que no se movieron para apoyarlas. Esto nos dice que queda mucho trecho por recorrer para que la R 1325 sea efectiva.

En las celebraciones del 10º aniversario, se están lanzando innumerables iniciativas, que se desconocen porque, por desgracia, no son consideradas noticias importantes (la más fácil, recoger firmas a través de SAY NO – UNITE TO END VIOLENCE AGAINST WOMEN). En Palma, El 5 y 6 de noviembre, durante el Primer Encuentro de Mujeres de Baleares, pondremos nuestro granito de arena, haciendo un homenaje y reconocimiento a la asociación Dones de Negre.

Tal vez los neandertales sigan existiendo, pero mujeres y hombres nos podemos poner de acuerdo e impulsar 1325 iniciativas pacíficas.

(*) Presidenta del Consell de participació de les Dones d’Illes Balears.