Puede que esto no tenga interés para la mayoría de la gente de hoy, bastante alejada, creo, del sistema de valores de los antiguos socialistas y comunistas. En aquel tiempo, que ocupa los tres primeros cuartos de siglo del XX, la izquierda quería cambiar realmente las bases de la sociedad y construir otra. En su vanguardia había gentes para las que esa misión estaba muy por encima de su interés personal, de su confort de individuo y hasta de sus necesidades vitales. Eso les daba una dignidad especial. No se trata aquí de si la causa suprema a la que se entregaban era factible o quimérica, ni del riesgo de toda quimera de volverse pesadilla, sino de la dignidad superior del individuo capaz de entregarse en cuerpo y alma a la redención de la humanidad. Marcelino Camacho fue uno de los más grandes de esos viejos luchadores, y si su iglesia fuera la de Roma, sería santo de inmediato.