El gallinero anda bastante revuelto a causa de ciertas manifestaciones chocantes pronunciadas por señores con nombre y apellido. Primero fue el alcalde de Valladolid, quien dijo algo que pensamos la mayoría de hombres: que los morritos de Leyre Pajín tienen su puntillo. Luego fue el escritor Pérez Reverte, que la emprendió contra Moratinos por llorar como una nena en su despedida. Y por último, el también escritor Sánchez Dragó ha declarado por escrito que se marcó una juerga en Tokyo con un trío de jovencitas orientales. He de admitir que todos ellos cuentan con mis simpatías y mi adhesión incondicional. Me parece bastante asqueroso todo este circo que se ha montado, ese rasgado de vestiduras destinado, sobre todo, a descalificar al adversario político. También me repugna toda esa cantinela de las "femilistillas" de turno, los metrosexuales siervos de la nueva mujer, y los guardianes mediáticos de la moral. Que les den. Personalmente me encanta que algunos machos alfa anden revueltos este otoño. Es lo que tiene el calentamiento global, que nos concede a todos los salidos una eterna primavera. Y no sólo en el Corte Inglés.

Por lo demás, yo no sé si estos mosqueteros son políticamente incorrectos, pero siempre se llevan a las tías más buenas de la fiesta, que es lo único que le importa de verdad al macho alfa. Y no sólo a éste, me temo, sino a todos los mierdecillas que presumen de que lo único que les interesa, cariño, es la belleza espiritual. Y luego ven pasar a las mejores leonas del brazo de otro; eso sí, con los colmillos bien afilados. Ignoro las compañías femeninas que rodean al alcalde de Valladolid, pero puedo asegurar que tanto a Pérez Reverte como a Sánchez Dragó les he visto siempre junto a "señoras estupendas", una expresión impagable que expresa mejor que ninguna otra el papel que ha de cumplir la hembra en nuestra sociedad. Quiero decir que las "señoras" de estos señores despiertan reacciones muy intensas cuando pasan. Son mujeres a las que se las ve, a las que se las huele, a las que se las nota; ellas son las que concentran todas las miradas, tanto masculinas como femeninas, despertando los deseos obscenos de unos y los odios inconfesables de las otras. A un verdadero macho alfa esto le pone un huevo, la verdad. Digamos que es una experiencia superior, sobre todo porque sólo un individuo así puede mantener el tipo. ¡A mí la Legión! En el polo opuesto, en cambio, nada más triste para un macho alfa que ir acompañado de una hembra que no se nota, que no se huele, que no se ve. Y lo de menos aquí es que la invisible tenga su morbete en las distancias cortas, o que se haya doctorado en la Sorbona con una tesis sobre la soja transgénica, o que prepare aburridísimas tisanas de manzanilla. Porque no nos engañemos: esto vale para el asilo, no para la selva. En la selva lo único que cuenta son las japonesitas de Dragó. Y lo demás son puñetas.