Hay ciudades cuya imagen se reconoce por una sola obra de arquitectura. Así, cuando hablamos de Estambul nos viene a la memoria el perfil de Santa Sofía, cuando de Barcelona vemos a Gaudí, cuando Bilbao el museo Guggenheim, y cuando alguien menciona Nueva York pensamos enseguida en el Empire State. Y estos edificios vienen a menudo acompañados de otros, asimismo relevantes, que completan la imagen de cada ciudad. Pero la arquitectura de una ciudad es importante no sólo por el disfrute que su mera contemplación permite, sino porque se trata de referencias culturales de primer orden para cualquier país civilizado, de las que se pueden obtener valiosas enseñanzas para sus habitantes, sus visitantes, o las generaciones venideras. En las últimas décadas, muchos alcaldes se han percatado de la importancia de estos hitos y han aparecido edificios de arquitectura de vanguardia en casi todas las ciudades europeas. Pero a veces estas arquitecturas se asemejan más a faraónicas esculturas, cuyo objetivo se limita a lo publicitario. Por eso cada día adquieren mayor valor aquellas obras que, sin pretender asombrar, haciendo de la discreción un valor, se inscriben en el ámbito de la arquitectura con mayúsculas.

La obra del arquitecto Francesc Mitjans puede ser considerada, en su conjunto, como una de las que mejor responden a ese criterio. Sus edificios de viviendas en la avinguda Pedralbes o en la avinguda Sarrià, en Barcelona, con más de medio siglo de vida, son hoy consideradas como muestras de la mejor arquitectura doméstica europea. El proyecto del estadio del F.C. Barcelona, y tantos otros edificios de viviendas u oficinas de Mitjans, constituyen ya valores culturales destacados para una ciudad como Barcelona, que los valora y los protege como se merecen. Desdeñarlos o abandonarlos no cabría entenderlo sino como una estupidez propia de políticos insensibles o ignorantes.

Palma es una ciudad que está quedando rezagada en cuanto a obras de arquitectura moderna. Por eso es una suerte muy estimable que contemos con algunas obras de Francesc Mitjans, como el hotel Araxa o el Mallorca Tenis Club. Ambas llevan el sello de la mejor arquitectura: la sencillez y la funcionalidad como requerimientos básicos de la belleza. El Tenis Mallorca, tanto el edificio social del club como la ordenación de su espacio exterior (pistas, jardines, terrazas) es una pequeña joya de la arquitectura del siglo XX.

Este club de tenis, el primero en nuestra isla, se construyó en solares municipales y tenía una concesión de 50 años. En las últimas décadas, tal vez porque sus socios veían ya próximo el término del plazo, entró en un proceso de degradación y abandono. Ahora, cumplido el tiempo, ha revertido al Ajuntament de Palma y este es el responsable de su futuro. El edificio del Tenis está ya incluido en el catálogo del Ajuntament, pero ésta no es una protección suficiente, ya que la obra de Mitjans incluye la ordenación del espacio exterior como parte fundamental del proyecto.

En nuestra opinión, debe considerarse como un objetivo primordial para la ciudad la estricta conservación del edificio y de su entorno; y la mejor manera de hacerlo es mantener en lo posible el uso para el que fue concebido. La oportunidad de que este uso pase a ser público no invalida esta premisa. Llama la atención el hecho de que, cuando se trata de recuperar edificios históricos, a menudo se presenta la dificultad añadida de "buscarle un nuevo uso al edificio". En este caso podríamos ahorrarnos este trabajo, puesto que el uso acompaña ya a la obra a conservar. Su ubicación en la ciudad hace posible, por ejemplo, la implantación de una escuela de tenis de primer nivel o la recuperación de una actividad, la práctica del tenis, que fue decayendo en este club a medida que lo hacían sus instalaciones. Palma, y Mallorca, no puede permitirse la estulticia de despreciar una pequeña obra maestra de la arquitectura –en la que hay que incluir el entorno exterior como parte inseparable– deformándola, transformándola o dejándola morir.