José María Aznar llama a Juan Carlos de Borbón a La Zarzuela. El presidente del Gobierno ya ha conseguido que el Rey y su esposa asistan a la boda en El Escorial de Ana Aznar Botella con Alejandro Agag, pero aspira a cobrarse otra pieza regia. Le insiste a su interlocutor para que Felipe de Borbón acuda al enlace como invitado. El jefe del Estado despliega su infinita mano izquierda para zafarse de la envenenada petición. Consigue su propósito, el heredero no figurará en la nómina de la boda de Estado que marca el comienzo del declive del aznarismo. Tras colgar el teléfono, el monarca comentará con cierta irritación el atrevimiento de su primer ministro, al involucrarlo en una ceremonia que contemplaba con suspicacia. Vistas las conexiones del reparto de Operación Correa con el aparatoso enlace escurialense, al Rey no le fallaba el olfato. En un despliegue fotográfico sin precedentes, la revista ¡Hola! incluía una única imagen de los Reyes en el acontecimiento.

Calificar de difíciles las relaciones entre Aznar y el Rey sería un eufemismo. La gelidez entre ambos arranca del plan inicial para la abdicación en un heredero a quien se creía más próximo a las posiciones del PP. Años después, el ejecutivo dispuso de los documentos que hubieran dado al traste con la boda de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz, pero decidió no utilizarlos. El desencuentro entre los jefes de Estado y de Gobierno se trasladó incluso a conflictos protocolarios entre sus esposas, con la adjudicación del rol de primera dama en conflicto. Según los magos del protocolo, ese papel no admite litigios en un país con reina. Para compensar, en el anterior equipo de La Moncloa se afianzó la denominación de presidenta.

Dado que las fricciones superaron a las habituales entre los números uno y dos de cualquier organización, sorprende que Aznar haya entregado esta semana al Rey el I Premio Faes de la Libertad, un flagrante oxímoron porque cuesta reconciliar a la fundación aznarista con los presupuestos liberales. Tradicionalmente, los encuentros entre ambos personajes han venido definidos por circunstancias forzosas. Al aceptar el extraño galardón, Juan Carlos de Borbón ennoblece a Aznar. Al entregarlo, el presidente del Gobierno olvida el desapego que le impelía, por ejemplo, a aterrizar en el helipuerto de Marivent para el despacho veraniego, mantener una entrevista epidérmica y desaparecer de inmediato a bordo del mismo aparato. Zapatero suele almorzar o cenar con el Jefe de Estado. En fin, cómo olvidar la subordinación a sus designios que impuso Aznar para postergar una visita real a Cuba.

El ennoblecimiento del Rey a Aznar puede proyectarse más allá de la aceptación de un premio, otorgando al ex presidente un título nobiliario como ha ocurrido con sus predecesores en el cargo –Felipe González declinó el alto honor–. La iniciativa habría surgido del presidente honorífico del PP o de algún intermediario. De hecho, la entrega vino precedida por la publicación en la tercera de Abc del artículo Juan Carlos I: La Transición coronada. Pese al titular revelador y al dilatado contenido, Aznar sólo dedica un párrafo de su empeño a glosar específicamente la figura del monarca, como si no pudiera doblegar diplomáticamente su visceralidad apriorística. De hecho, el texto reparte los méritos del proceso transicional entre un número máximo de actores.

Para los ciudadanos no involucrados en la creación de un nuevo título nobiliario, el acento debe ponerse en el discurso de aceptación del premio Faes por parte de Juan Carlos de Borbón. La ambigüedad del texto ha propiciado interpretaciones contrapuestas, pero podría extraerse del mismo un mensaje favorable al Estatut de Cataluña, singular porque el Rey no se halla en su momento más favorable a los nacionalismos. El premio Faes deberá replicarse en la teoría de los abrazos que ejecuta el jefe de Estado, y que adquieren una dimensión mayúscula en el caso de los políticos favorecidos –González, entre ellos–. Aznar nunca ha gozado de esa intimidad. Indirectamente, Pilar de Borbón incidió en el distanciamiento aznarista con su hermano, cuando le pidieron su opinión tras una entrevista con Zapatero, "éste por lo menos escucha". Puede interpretarse finalmente que el Rey está guiado por el criterio pragmático de recabar apoyos para un recambio sin problemas en la corona. Como él mismo ha dicho, "la sucesión siempre es difícil, y en España todavía más".