¿Son ustedes aficionados a los seriales televisivos? Me refiero a esos seriales de qualité que se han convertido en señal de culto para una cantidad creciente de españoles, capaces de disolver una reunión o de dejar a un amigo con la palabra en la boca (he sido testigo de ambas cosas) con tal de no perderse el episodio de esa noche. Estos seriales ahora se llaman series, y con el cambio de nombre han adquirido nueva dignidad. Lo cierto es que la palabra "serial" hace pensar en otras épocas; épocas en que, por imposible que parezca, no existía la televisión, o bien era un fenómeno tan minoritario que la afortunada familia que poseía un televisor se transformaba al instante en centro de reunión del vecindario. Por entonces los seriales eran igual de kilométricos que ahora, si bien se seguían a través de la radio. Pero ¿a qué explicarlo? Los más jóvenes ya lo saben por Cuéntame, nuestra serie patria por excelencia.

El caso es que en estos últimos años algunas series (norteamericanas, por supuesto) han llegado a ser mucho más que un entretenimiento con que relajarse tras un duro día de trabajo. Pienso, por ejemplo, en Los Soprano o Sexo en Nueva York, que contaron con verdaderas legiones de seguidores apasionados. El fenómeno no es nuevo, aunque hace años, como casi todo, tenía un carácter más casero, más artesanal: nada de grabadoras automáticas, nada de temporadas vintage en DVD para comprar, y nada de canales temáticos en cadenas de pago donde rescatar episodios o verlos antes que el común de los mortales. Como el moro Abenámar del romance, si te perdías un episodio, te quedabas en blanco y ya está. Y no sean mal pensados: no hablo de Bonanza o Embrujada, de El Virginiano o El hombre del maletín, de Misión: Imposible o de El superagente 86 (todos ellos, hoy día, felizmente rescatados por el marketing). Yo aún no había nacido.

En los seriales contemporáneos noto una tendencia creciente a lo tenebroso y macabro. C.S.I., Médium, House o Bones, por ejemplo, garantizan al espectador una media de veinte primeros planos de casquería, amén de asesinatos y despachurramientos varios, en vivo o subliminales. Años atrás no era raro que las series que se llevaban la palma fueran de temática más amable; pienso en Cheers, Doctor en Alaska o Frasier. ¿Querrá esto decir algo? ¿Estaremos sucumbiendo al pesimismo de unos tiempos inciertos? Sugiero el tema, a ver si una de esas inefables universidades USA entra al trapo y nos regala un estudio. Concluiré con una confesión: desde hace semanas estoy descubriendo el universo de Cicely, que es de mis tiempos pero que no vi nunca porque lo ponían muy tarde y yo madrugaba mucho... Y la verdad es que, entre tanto desenterramiento y tanta autopsia, los episodios Doctor en Alaska resultan una verdadera y tonificante ducha escocesa para la neurona.