Que se hayan detectado certificados falsos de catalán, parece como de aurora boreal, por no decir de coña. Ya puestos, quedaría más chulo falsificar un doctorado en Bioquímica Molecular, o un doctorado en Filología Semítica, y ya no digamos de fontanero con diploma de FP Para castellano parlantes de piñón fijo, las lenguas vernáculas son ese pintoresquismo localista del todo prescindible pero al que hay que hacer concesiones por pura política. Para el pepero Delgado, alcalde de Calvià, el partido de Rosa Díez y el sanedrín sedicente Ramon Llull, esas falsificaciones de conocimiento del catalán, vendrían a confirmar "la intolerable dictadura lingüística, y hasta diríamos que "fascismo", a la que estamos sometidos". Ello no "justifica" para los mencionados la falsificación, pero puede que la "explique". Lo cual casi vendría a ser lo mismo.

Hoy en día, en que hasta falsificar billetes de euros dificilísimos de distinguir de los verdaderos es coser y cantar, cuando se nos "garantizaba" la imposibilidad de que tal cosa sucediera, ya me dirán ustedes si hablamos de certificaciones o acreditaciones como esa. Mi tía Práxedes cree adivinar cómo fue pillado in fraganti el primer listillo, el que sin querer levantó el vuelo:

–Perdoni, pero aquest certificat "C" de coneixement de català sembla no estar del tot conforme.

–¿Cómo dice?

Elemental querido Watson. Ese prójimo está claro que sabía menos catalán que José María Aznar, quien por lo menos lo hablaba en la intimidad, o sea cabe suponer que en el baño. La lengua multisecular y propia, la de Ramon Llull, Costa, Alcover, Alomar, Riber, y por supuesto los Reyes de nuestra dinastía, la llamemos como la llamemos, que no deja de ser la misma, entendámoslo de una vez, esa querida lengua repito, es totalmente optativa y sólo exigible si aspiras a trabajar en la Administración Pública, qué menos que eso, habida cuenta de que estamos hablando de la lengua oficial de esta comunidad autónoma. Ese requisito de mínimos ha venido siendo encabritadamente cuestionado, y consecuentemente protestado, por los afectados, obviamente, pero con la "comprensión" del sector de población que más dejación ha hecho de su identidad histórica y cultural. Y especial y significativamente, con la apoyatura, oportunista cien por cien, de políticos a la pesca del voto descontento venga de donde viniere.

El "argumento" esgrimido por todos ellos podría resumirse en la afirmación de que "el cirujano opera con el bisturí, no con el catalán". Con tamaña perogrullada por delante, un irreductible sector de nuestra sanidad pública se echó al monte de la contestación, ja ho val, Margalida. El enunciado del bisturí y el catalán no es más que una burda intentona de disyunción que si cuela, cuela. Es de sentido común, por supuesto, que haya una jerarquía de conocimientos en cuanto a prevalencia. Cualquier paciente, por muy tonto que fuera, puesto en la tesitura de tener que elegir, preferiría ponerse en manos de un cirujano que no sepa catalán o poco y mal, y no en manos de un cirujano mediocre o inexperto que dominase el catalán como el profesor Josep Antoni Grimalt, por poner un referente de excelencia. Pero eso ¿qué tiene que ver? Nada, no tiene nada que ver. El requisito del catalán es el instrumento legal destinado a posibilitar el derecho constitucional y estatutario de utilizar y ser atendido, y por supuesto entendido, en la lengua oficial que quieras, en las administraciones y servicios públicos de las comunidades bilingües. Que, en consecuencia, los empleados públicos y funcionarios posean el conocimiento suficiente de ambas, es sencillamente de cajón.

Por lo demás uno no se acabaría de fiar de un médico o profesor asesor o lo que fuere, que hubiese accedido a la función pública falseando currículo, aunque "solo" se trate del catalán. Podrán ser todo lo buenos que queráis en su especialidad, pero quien hace trampas en lo, digamos, menor, también las puede hacer en lo mayor. Llegado el caso.