Sigo con las fábulas de Esopo. Después de ¡Qué viene el lobo! toca al Cuento de la lechera. La hija de un granjero, después de ordeñar las vacas, mientras regresaba a casa pensaba: ésta leche me proporcionará nata, la convertiré en mantequilla y la venderé en el mercado, con el dinero compraré huevos del que saldrán pollitos… con todo ello me compraré un bonito vestido, se enamorarán de mí… Mientras soñaba, tropezó en una piedra del camino, y el cántaro de leche que llevaba en la cabeza le cayó. Y los sueños se desvanecieron. No hace más de dos años vivíamos, como el cuento de la lechera, sumidos en un cuento de hadas. Trabajo relativamente fácil, salarios familiares saneados, economía doméstica sin problemas, la hipoteca con chollo que además de acceder al piso permitía optar a un coche, tarjetas y créditos al consumo a gogó. Pero hemos tropezado con el gran pedrusco de la crisis. Trabajo escaso, miembros de la familia en el paro, economía familiar de resistencia, dificultades para hacer frente a la hipoteca, el consumo al garete…

Los expertos nos aseguran que una economía se reactiva básicamente con el consumo interior de los ciudadanos de bienes duraderos (coche, mobiliario, electrodomésticos…) y/o bienes de necesidades básicas (vestido, calzado, comida…) Hoy, visto lo visto, no parece vislumbrarse síntomas de una reactivación de dicho consumo interior. Las razones son por una parte, de índole estrictamente socioeconómicas, y, por otra, de una real percepción de inseguridad ante el presente y el futuro.

Son cerca de 90.000 personas que no tienen trabajo, cobrando (¡aunque no todos!) el seguro de desempleo, fruto del cierre de la actividad a que se dedicaba, o de finalizar su contrato de servicios o temporal. No resulta extraño que en nuestra comunidad sean varios (¡o todos!) los miembros de una misma familia sin trabajo. No resulta extraño ver como familias no excluidas anteriormente ahora acuden a comedores sociales.

Incluso familias relativamente "saneadas" han cambiado sus hábitos de consumo. Algunos, aprovechando el Plan Renove-E, han adquirido un nuevo vehículo. La mayoría han dejado para mejores tiempos la renovación del mobiliario o electrodomésticos. Al acudir a una gran superficie se busca precio y marcas blancas. Las tarjetas de crédito circulan menos y comprometen cantidades menores.

Aún suponiendo una estabilidad socioeconómica familiar, la capacidad de ahorro no siempre se estable en una libreta o cuenta corriente. No es extraño la recuperación de la hucha familiar (guardada a buen recaudo por aquello de los cacos) para utilizar en situaciones imprevistas e imprevisibles.

Tales situaciones, reales como la vida misma, tiene algunos aspectos positivos y otros negativos. No es malo que, aunque hayamos sido forzados por la situación, hayamos frenado un tanto el consumismo absurdo y frenético que ya había entrado a formar parte de nuestra cultura. Es positivo que ahora muchas familias comiencen a preocuparse por la formación de sus hijos, al comprobar en sus carnes que aquel hijo de 16 años que abandonó sus estudios hoy no tiene trabajo ni tampoco porvenir.

Es preocupante que la reducción drástica de los créditos al consumo (del todo a la nada) repercuta negativamente en el tejido empresarial, sobre todo la pequeña y mediana empresa, que son los auténticos creadores de empleo, cuya red comercial forma parte esencial de nuestro entramado urbano. Para más inri, resulta altamente negativo el cierre automático de préstamos, renovaciones de pólizas, endosos de pagarés… especialmente (¡otra vez!) al pequeño o medio comercio o empresa. Es conocido y comprobado que las instituciones financieras no son ONG´s ni obras de caridad. Pero entre poc i massa, se supone existe un punto intermedio. Prometo una próxima fábula de Esopo dedicada a los bancos y similares.