Un palmesano amigo de mi amiga Nica tiene un trabajo remunerado en Second Life. El hombre se gana el pan con esfuerzo en la vida real, pero además ha montado un negocio en el más famoso mundo virtual (sin relación con su profesión de carne y hueso) que le reporta al mes casi un sueldo mínimo interprofesional en euros contantes y sonantes. Se dedica al diseño y venta de adornos corporales que los avatares, los personajes creados por los usuarios de esta ´Segunda Vida´ de Internet, eligen, compran y lucen en el espacio irreal, pero pagan en dinero verdadero. Es fascinante lo que consigue un emprendedor con paciencia y horas de dedicación; a mí jamás se me habría ocurrido. Del mismo modo, allí funcionan peluquerías, tiendas de ropa, restaurantes y clubes. Imagino que en Second Life no habrá que pagar impuestos, qué tipo de universo perfecto abriría la puerta a semejante concepto perverso. Y que la crisis se sorteará con facilidad, como los obstáculos de cualquier videojuego. Sin embargo, dicen que el mundo virtual, con medio millón de jugadores activos en todo el planeta, no ha acabado de cuajar. Las redes sociales, que permiten a las personas relacionarse en una esfera algo más palpable, lo han arrinconado. Pero subsiste y, según los expertos, cobrará fuerza en el futuro.

Entre las ventajas indudables de habitar en Second Life se cuenta que si te encuentras día sí, día también, a la pesada de Esperanza Aguirre haciendo chorradas para ser más protagonista que Mariano Rajoy y que Ruiz Gallardón juntos puedes cambiar de continente con un único clic del ratón. O apagarle el micro, que le está haciendo falta, sin que sus escoltas te salten encima. Y si te saltan, tu avatar corre más que ellos. Entre los inconvenientes, que te aísla del entorno si le dedicas demasiado tiempo y dificulta la socialización y las relaciones personales. Que a ese mundo le faltan piel y sentido del tacto, en pocas palabras. Aunque este problema tal vez no lo sea, tal y como se está poniendo el presente real.

En Gran Bretaña, la iglesia anglicana acaba de pedir a sus fieles que reduzcan al mínimo imprescindible su contacto físico durante los oficios, como vía para atajar la expansión de la gripe A. Es decir, les propone que no se saluden al entrar, ni se den la mano como ofrenda de paz, ni compartan el cáliz. Se trata de no llegar al extremo de suspender cautelarmente las misas y reuniones religiosas masivas, algo que ya se plantea el Vaticano si la pandemia crece al ritmo previsto. Resultará interesante asistir al acto litúrgico de mírame y no me toques en el que el cura da la comunión con guantes de látex, se muestra el deseo de paz al vecino arqueando las cejas y los salmos se cantan a través de una mascarilla. Toda esa parafernalia (las iglesias al fin y al cabo subsisten por lo simbólico) para luego contagiarte por apretar el botón de un ascensor o agarrarte a la barra de un autobús público.

Así las cosas, estoy pensando en buscar un traspaso baratito en Second Life para vender esas vacunas contra la gripe que aún no existen ni aquí ni allí. En el mundo virtual el contagio es imposible, pero eso no resulta necesariamente malo para el negocio porque, al fin y al cabo, el miedo es libre, y la imaginación, más.