El debate sobre el Estado de la Nación ha servido tradicionalmente para que el Gobierno de turno muestre a la nación española limpita como una patena y la oposición se empeñe en pasar los dedos por los muebles para certificar el polvo. Así que supongo que nadie es tan iluso como para esperar de su edición de hoy y mañana que le permita conocer cuál de verdad es ese estado. Pero estando como están las cosas esta vez, no por la corrupción, que parece lo más natural, sino por la crisis, a la que tan vinculada está la corrupción, ya sabemos que el estado de la nación es de ruina, según el PP, y que, según el PSOE o su Gobierno, aunque tocado por la crisis ya se ven los brotes verdes. Para fomentar la esperanza, Zapatero puede llegar a citar a Ghandi y Rajoy la Biblia, en sus páginas más tenebrosas, para lo contrario: describirnos el exterminio y prometernos que con la llegada de Mariano, el redentor, nuestra salvación será segura. En medio, caben citas de economistas ilustres, no por profetas sino por notarios de las catástrofes que no vieron venir. No es de esperar que Zapatero llegue a citar a su favor al gobernador del Banco de España, pero es posible que Llamazares sí acuda a él. Y si Rajoy es agradecido, que debe serlo, tendría que mencionar a Díaz Ferrán para sustentar su idea de que el problema económico de España no es la crisis sino Zapatero. Ahora bien, si Rajoy quiere mostrarse tan inteligente como el lúcido empresario tendrá que añadir que Zapatero no es sólo el problema de España, sino de parte del universo. Claro que con eso le reconocería un protagonismo internacional que ni para mal admite.

El debate sobre el Estado de la Nación ha estado unas veces más sereno que otras, pero hay verdaderas piezas antológicas de pérdidas de nervios, desmadres de la lengua, vituperios de alto voltaje e insultos de arrabaleras. No hay garantías de que el debate de hoy y mañana no ofrezca perlas de lenguaje tabernario, ahora que tan de moda está el lenguaje soez entre gente de buena familia. Es aconsejable, por si acaso, que ni hoy ni mañana vean los niños la tele.

Y APARTE. Por más que la izquierda esté siempre dispuesta a discutirlo todo, y a nadie debe parecerle mal, no puede cuestionarse que Zapatero sea el presidente más de izquierda que hemos tenido. Lo ha sido más en la primera legislatura, y ha sufrido las consecuencias, y lo ha tenido más difícil para serlo en la segunda. De todos modos, el poder derechiza, sobre todo porque los poderes soterrados, como evidencian los micrófonos abiertos sin que se sepa, son de derechas, y la socialdemocracia, que presume de su equilibrio, se somete con frecuencia a vaivenes hacia un lado u otro. Harto de cierta izquierda, sobre todo la nacionalista, que con frecuencia es más nacionalista que de izquierdas, a Zapatero se le vio cierta tendencia a aliarse con la derecha nacionalista, siempre más de derechas que nacionalista, y con los híbridos locales, al fin y al cabo de derechas. La soledad parlamentaria parece obligar ahora al presidente a pedir a la izquierda árnica y, viviendo lo que vivimos, después de saber lo que piensa Díaz Ferrán, bien parece que el currante pueda salir mejor parado de una alianza de izquierdas que no descarte reformas estructurales, pero que se cuide mucho de que las reformas consistan, como siempre, en dar vía libre a la explotación del asalariado y proteger la ganancia del patrono de cualquier descenso.