Opinión | tribuna
onofre vaquer bennàsar (*)
Otra vez el aborto
En 1983 hubo un debate sobre la despenalización del aborto, dos años antes de que se aprobara la ley en algunos supuestos. El 5 de febrero, Diario de Mallorca publicaba un magnífico artículo de Félix Pons en el que decía que despenalizar significa que una conducta queda excluida de la persecución penal, sin emitir un juicio moral o ético sobre la misma, y que despenalizar el aborto, en algunos supuestos, es considerar excesivo considerar criminales a las personas que abortan en circunstancias dramáticas y castigarlas. El 10 de febrero Diario de Mallorca publicaba un artículo mío titulado Derecho penal y moral en que exponía la dureza del derecho penal mallorquín de los siglos XV y XVI, castigos que hoy nadie suscribiría como quemar a los homosexuales.
La ley no puede penalizar todo lo que no es moral, y menos donde exista libertad religiosa y consecuentemente distintas moralidades. Hoy hay entre nosotros muchos musulmanes, si algunos de estos pidieran que el Estado persiga a los que beben vino o comen cerdo, por ser contrario a su moral, ¿qué diríamos?
En la Edad Moderna, en que el Estado era defensor de la fe y quemaba a un hereje si la Iglesia se lo indicaba, el aborto no estaba penalizado ya que se consideraba que no todo lo que se considerara pecado debía ser castigado como defendían los calvinistas. Si viviéramos en el siglo XVI, el cardenal Rouco Varela estaría en las cárceles de la Inquisición acusado de hereje calvinista. Recordemos que por mucho menos Bartolomé de Carranza, arzobispo de Toledo, se pasó 17 años en las cárceles inquisitoriales. El jesuita Francisco Suárez decía que el papel del Estado era garantizar la paz y formar ciudadanos, no hombres virtuosos.
A finales del siglo XVII eran corrientes entre los católicos opiniones como estas:
-"Es lícito procurar el aborto antes de la animación del feto, por temor de que la muchacha sorprendida grávida, sea muerta o infamada".
-"Parece probable que todo feto carece de alma racional, mientras está en el útero, y que sólo empieza a tenerla cuando se le pare; y consiguientemente habrá que decir que en ningún aborto se comete homicidio".
Sebastià Oliver, fraile de la orden de los mínimos, natural de Campos, escribió un manual de confesores (Exercicio de confesores?), en siete volúmenes, del que hay manuscrito de fines del XVII y edición impresa de principios del XVIII, que pasó la censura de la Inquisición. Cita autores que consideran que el aborto es lícito en los siguientes supuestos: el de una monja por no infamar el convento, el de una noble para no infamar el linaje, el de una doncella forzada por ser el feto injusto agresor. Consideraba que el feto no estaba animado en los 40 primeros días, opinión que sostenían otros autores. En el siglo XVI el padre Juan de Pineda escribía: "cosa es de mucha consideración, que dicen Aristóteles y Santo Tomás, que el niño a los cuarenta días de su concebimiento, cuando se le infunde el ánima racional, no es mayor que una hormiga? mas de la niña dice que hasta entrar en el cuarto mes no se le infunde el alma".
Hay quien dice que el embrión es una persona. En el siglo XIX, en que el Estado se declaraba católico, se hacen leyes generales para toda España (antes cada reino tenía sus leyes), como el Código Civil y el Código Penal, se define una persona como ser nacido de mujer, de forma humana, que haya vivido más de 24 horas separado del claustro materno. Antes no se puede hablar de personas, el feto no es una persona. Cuando se empiezan a hacer estadísticas de mortalidad infantil no se cuentan los que han muerto antes de las 24 horas. Si se dice que en un embrión hay vida también lo podríamos decir de un espermatozoide y, rizando el rizo, decir que el celibato y la castidad es un crimen porque impide el nacimiento de unos hijos.
No entiendo como gente que cree ser cristiana prefiera tomar el bando de los que quieren apedrear a la mujer adúltera en vez de seguir la postura de Cristo que fue la de despenalizar, en un momento en que la ley decía que había que apedrear a las adúlteras hasta matarlas.
(*) Onofre Vaquer es historiador.
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