La actitud del Gobierno para con la crisis es la misma que la de un novio que quiere dejarte, pero no sabe cómo hacerlo. Intenta no hacerte daño, se va por las ramas y, antes o después, acaba haciendo el ridículo. "Necesito algo de tiempo", dijo él. "Vale, vete de vacaciones", dijo ella. "No. Es algo diferente. Siento que me iría bien tener más espacio. No estoy pasando por una buena época", añadió él. "Bien, pues vete a pasar varias semanas a Laponia. Allí hay grandes extensiones de terreno", insistió ella. "Es que no me entiendes", subió de tono él. "Es que no te explicas", repuso ella calmada. "¿Quieres dejarme? Dímelo. No te allanaré el camino adelantándome a tus intenciones, querido cobarde", añadió ella. "Es que suena a fracaso", lloriqueó él. "Ya, es la verdad", y zanjó la conversación.

Señores políticos, amados economistas y queridos analistas, si estamos pasando por una crisis (sí, una 'crisis', con sus seis letritas bien colocadas una detrás de la otra) ¿por qué no llaman a las cosas por su nombre? No nos traten como inútiles. La mayoría nos damos cuenta de que nos venden milongas de bajo impacto. Ya está bien de usar sucedáneos y sinónimos como recesión, frenazo económico, déficit o estancamiento. Molesta más el remedio que la enfermedad. Cuando el bolsillo duele, no hay tratamientos placebo para aliviarlo. Aunque la sinceridad es un buen comienzo. Según diría cualquier buen psicólogo que se precie, desde el momento en que diagnosticamos el problema, ya solventamos el cincuenta por ciento del mismo. Así que, si permiten el consejo de alguien que tiene que concentrarse muy mucho para distinguir la curva de la oferta de la de la demanda no hace falta ser tan paternalista. Al pan, pan y al vino, vino.

En esta etapa de vacas flacas (hasta a mí me cuesta teclear 'crisis') parece que hay sufridores de primera y sufridores de segunda. Promotoras, inmobiliarias y hoteleros serían los 'Grandes' que merecen empatía y el resto del mundo viajamos en clase turista. Pero somos los segundos los que de verdad sentimos y padecemos. En nuestro bando estamos los que hicimos una opción de compra para ese piso que construía la empresa declarada en suspensión de pagos y ahora no sabemos qué será de ese dinero que nos aseguraba un futuro prometedor. Estamos los que sudamos cuando llega la cuota de la hipoteca cada final de mes. Estamos los que vamos a la gasolinera y nos damos cuenta de que, de un tiempo a esta parte, pagamos 18 euros más por llenar el mismito depósito. Estamos los que paliaremos la subida del 11 % de la electricidad pasando más calor y yéndonos a dormir a la misma hora que las gallinas o estamos los que todavía no sabemos cómo haremos para aparcar el coche en Palma si las tarifas suben un 54 %.

Menos mal que, ante un portazo en las narices, se abre una ventana. Se ha descubierto que la sandía es afrodisíaca. O es cierto o es una artimaña de los productores de esta fruta para incentivar su consumo. Sea lo que sea, no aumenten su precio y, si es posible, bájenlo. Con el cuerpo alegre, una ve las cosas de otro color.