Un hombre telefoneó a uno de esos programas nocturnos de la radio en los que la gente cuenta dramas personales o sucesos paranormales. Relató que aunque el fútbol no le interesaba, había seguido las peripecias de la selección española, llegando a entusiasmarse con su juego. Le gustó mucho el partido contra Italia (sobre todo el segundo tiempo, matizó, para que comprendiéramos sus progresos) y disfrutó lo indecible con la final, donde España había jugado a base de toques de balón, triangulando bien, y provocando muchas ocasiones de peligro (todas esas frases me las he aprendido yo también durante estos días). Total, que el hombre se había aficionado al fútbol como el que tras un curso de cata se entrega al vino.

Tras acabar la Eurocopa, continuó, había seguido a través de la tele y de la prensa las celebraciones consecuentes. Vio llegar a los chicos al aeropuerto, los vio atravesar Madrid con las banderas ondeando al viento, observó con admiración a los grupos de jóvenes y mayores que seguían al autocar descapotable por las calles de la ciudad, vio a Casillas alzando la copa en el estrado preparado al efecto en la plaza de Colón, a Manolo Escobar catando Que viva España? El hombre fue emocionándose de forma progresiva hasta llegar al punto de sentirse español.

Llegado a esta parte del relato, se vio en la obligación de matizar que él nunca se había sentido español. Tampoco francés o sueco o alemán. Jamás había tenido un sentimiento de ese orden. Se quedó, pues, muy sorprendido por las capacidades ocultas del ser humano, pero pensó que al día siguiente se le habría pasado. Y no se le pasó. Se levantó de la cama completamente español y vivió el resto del día bajo el peso (y la alegría) de poseer esa nacionalidad a la que no había prestado hasta entonces atención alguna.

Su españolidad llegó al punto de que se compró en los chinos una bandera española que colgó del balcón de su casa. La locutora le dio la enhorabuena y lo despidió. Lo curioso es que todos los que llamaron a continuación aseguraron que a ellos les había ocurrido lo mismo, aunque se referían al asunto como si hablaran de un suceso paranormal. Tal es el precio del insomnio.